Ya hemos observado lo que Sevilla nos depara en una parte del puente de Las Delicias, si lo cruzamos, nos adentramos en el barrio de los Remedios, sin embargo lindando con el río estamos en la glorieta de Las Cigarreras, donde destaca un conjunto escultórico, que guarda el honor de ser el primer monumento moderno que se instaló en esta ciudad.
En 1963 fue designado por el Ayuntamiento sevillano Antonio Cano para erigir un grupo escultórico, que en un principio se instaló en la Plaza de Cuba. El populacho, alentado por los ambientes academicistas y conservadores de la época apoyándose de una intensa campaña en los medios de comunicación de la época, no aceptó la modernista obra y tuvo que trasladarse al Parque de María Luisa. Diez años después de su creación se instala junto al pequeño jardín infantil que hay junto a la actual Glorieta de las Cigarreras. En 1980 fueron mutiladas y trasladadas nuevamente. Ya a su ubicación actual dentro de la Glorieta de las Cigarreras.
Una profunda restauración en el año 2008 devuelve el aspecto original, que el famoso escultor Antonio Cano, quiso infundir desde su nacimiento a esta escultura. Lo que se representa es una costumbre popular que los sevillanos suelen hacer. La obra se bautizó como “muchachas al sol”. Además, hace un año se concluyó una actuación de conservación para recuperar en las estatuas el original color que tenían y eliminar el óxido que había teñido al conjunto escultórico de un tono amarillento.
La casualidad ha querido que a escasos metros del homenaje a Juan Sebastián El Cano descanse otra obra del prodigo artista que vivió cien años.
Una profunda restauración en el año 2008 devuelve el aspecto original, que el famoso escultor Antonio Cano, quiso infundir desde su nacimiento a esta escultura. Lo que se representa es una costumbre popular que los sevillanos suelen hacer. La obra se bautizó como “muchachas al sol”. Además, hace un año se concluyó una actuación de conservación para recuperar en las estatuas el original color que tenían y eliminar el óxido que había teñido al conjunto escultórico de un tono amarillento.
La casualidad ha querido que a escasos metros del homenaje a Juan Sebastián El Cano descanse otra obra del prodigo artista que vivió cien años.
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