viernes, 25 de septiembre de 2020

HÉRCULES ME EDIFICÓ, Julio César me cercó de muros y torres altas, y el rey santo me ganó


La lápida de la Puerta de Jerez que reza el título que le he dado a la entrada, de alguna forma es el reconocimiento de la ciudad a las tres personalidades de la historia que han supuesto, en diferentes momentos los mayores puntos de inflexión en el devenir de esta ciudad.

En este post nos centraremos en el fundador, dejando los otros dos para las siguientes entradas.




Me disponía a realizar una entrada del origen de Sevilla y su fundador, más o menos conocía la leyenda sobre Hércules pero a medida que me documentaba me daba la sensación de estar en medio de una leyenda con trazas de cuento, y esto mismo es lo que me pedía el cuerpo contarlo en clave de cuento.

 Aunque como otras muchas leyendas relacionadas con esta ciudad e incluso historias noveladas (Don Juan Tenorio, El Barbero de Sevilla…) no solo se encuentran perfectamente localizadas, sino que mediante estatuas, nombres de las calzadas, placas, objetos o vestigios e incluso en algunos casos documentos, lo inimaginable toma visos de realidad. Porque eso también es parte de la idiosincrasia de esta bella ciudad.
Los documentos que abogan parte de la siguiente historia se localizaron en las excavaciones que tuvieron lugar cuando se echó abajo el Teatro Imperial, y el famoso tesoro del Carambolo guarda vestigios y elementos de aquella época. Además Sevilla entera se llena de estatuas, relieves y placas en homenaje a su fundador.
Hércules está representado en una de las columnas de la Alameda

Hércules, en la fachada del Ayuntamiento











Hace ya mucho tiempo, tanto ya que la razón deja paso a la imaginación, pues sólo esta es capaz de relatar algo que aconteció aquí mismo.
Situémonos aproximadamente un milenio antes de Cristo, las aguas de esta zona, al sur de la península estaban dominadas por los fenicios, que con unos barcos muy modestos y rudimentarios que bastante tenían con mantenerse a flote limitaban sus rutas más o menos hasta la bahía de Algeciras, ni por equivocación llegaban al estrecho de Gibraltar y bajo ningún concepto osaban traspasarlo.

Por aquel entonces se tenía la firme creencia que la tierra era plana y donde terminaba el mundo conocido, empezaban las tinieblas. El comienzo del nuevo mar, el océano atlántico marcaba el “Más allá” y nadie estaba dispuesto a cruzarlo. ¿Nadie? Un intrépido y osado marino de afición y comerciante de profesión que respondía al nombre de Melkart tuvo las agallas y quizás la insensatez que suelen ligarse a muchas de las proezas de la historia, y más cuando ésta se mezcla con la leyenda, se atrevió a pasar al otro lado del más allá, y se encontró toda una costa por explorar. Navegó hasta la costera ciudad de Cádiz que la llamó Gadir, pero siguió su marcha en busca de un asentamiento que lo disuadiera. Se adentró en la desembocadura del Guadalquivir, actual Sanlúcar de Barrameda, y se dispuso a remontar el río Betis, seguramente ayudado por sus aguas tranquilas y por ser un río navegable, no le sería demasiado difícil llegar hasta un pequeño promontorio que permanecía por encima de las aguas, aproximadamente este espacio estaba enclavado en lo que hoy es la Plaza del Salvador, la Cuesta de Osario y la Plaza de la Pescadería. Era aquella especie de isla la mejor ubicación para instalar un puerto desde el cual partieran hacia el interior a explorar, aprovechando las continuas mareas para ascender y bajar en las embarcaciones. Melkart quedó prendado de la riqueza, la fertilidad y la luz de aquellas tierras. Había encontrado su sitio, estas tierras lo habían atrapado, en aquellos instantes, sin ser consciente de ello, se estaba forjando Sevilla. No obstante, cuenta la leyenda que aquellas tierras ya estaban ocupadas. Concretamente por unas tribus de nativos 1lamados posteriormente por los romanos: turdetanos, cuyo rey era Gerión. Sin embargo, Melkart, mediante tratados e incursiones armadas logró someter a Gerión y aprovechar al poblado turdetano, que ya vivían del comercio de pieles y cueros de los numerosos toros bravos que se extendían por las colinas y llanos de la región y que tanto habían llamado la atención del que sería el fundador de esta ciudad. Aquí encontró el lugar ideal para establecer la primera factoría comercial fenicia, a la que llamó “Spal” en honor a su hijo Híspalo, que viene a significar “llanura junto al río”.
Con el paso de los años y de las influencias latinas Heracles dio paso a Hércules, un Dios de la mitología que anda ligado a los orígenes de esta ciudad. Y es que si Rómulo y Remo se asocian al nacimiento de Roma. Sevilla, la otra ciudad eterna, no podía ser menos y su génesis se ha visto apoyada por una leyenda, más o menos documentada protagonizada por todo un Dios: Hércules.


Algunas voces asignan a la venida del intrépido navegante motivos de venganza, y es que su padre Osiris había sido asesinado por su hermano Tyfón, con la colaboración del soberano de tres cabezas Gerión, que por aquel entonces reinaba pate de la Península Ibérica, y después de haber satisfecho su venganza decidió instalarse en estas tierras que lo habían cautivado.
Respecto al nombre de esta ciudad de Ispalis a Sevilla ha recorrido un largo trayecto, pero esto lo trataremos en la próxima entrada para no extendernos demasiado.

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