Entre 1763 y 1764 Sevilla se vio a por una pandemia que afectaba de forma virulenta a los caninos, eran días que los perros alcanzaban la muerte una vez que caían enfermos . Por aquel entonces la sociedad lamentablemente estaba acostumbrada a experimentar pandemias, los continuos brotes de la peste se encargaban de mantener a la gente siempre a alerta. curiosamente es sólo siglo XX cuando los humanos hemos pensado que habíamos dejado atrás los brotes pandémicos, sin embargo actualmente los sucesos nos han dado baño de humildad. Consecuentemente a comienzos del último cuarto del siglo 18 la preocupación del pueblo sevillano era el posible contagio de esta enfermedad perruna al resto de la población.
Al principio era soportable pero con la llegada de la primavera la situación se recrudeció. Rara era la mañana de abril que aquel 64 no se apilaran montones de canes muertos.
Rápidamente el Consistorio sevillano tuvo que actuar y en consecuencia habilito un cementerio donde enterrar a los animales fallecidos,
una comisión del Cabildo encabezada por el entonces alcalde don Ramón Larrumbe recurrió a los terrenos del Prado de San Sebastián que ocupan en la actualidad la Estación de Cádiz (también llamada Estación de San Bernardo, la cual, desde 1857 ocupó los terrenos del norte) y edificios próximos. Curiosamente esta zona extramuros ya estaba acostumbrada a ser utilizada para estos menesteres unos años antes en la Inquisición. Aunque por aquel entonces enterrados y algunas veces torturados eran seres humanos.
Acordó la sociedad acoger a los canes enfermos, habilitando previamente sus instalaciones. Según los escritos de D.Justino Matute en sus Anales sevillanos, expone que los animales estaban allí muy cuidadosamente asistidos y que se "separaban en los diversos departamentos, según el grado que advertían en su enfermedad",
o sea, que fueron clasificados en gravísimos, graves y menos graves. Asignaron a seis enfermeros exclusivamente para controlarlos exhaustivamente.
Además los doctores se volcaron en el problema hasta dar con una solución y afortunadamente así fue, el plan de curación empezaba a dar buenos frutos y las defunciones perrunas comenzaron a disminuir y la satisfacción de los dueños recuperando a sus mascotas a las que habían dado por muertas era enorme.
No exageramos si afirmamos que en aquellos meses asistimos al primer hospital canino de Europa. Y este hallazgo se situaba en la calle Levies de Sevilla.
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