viernes, 21 de mayo de 2021

Las Cigarreras de la Real Fábrica de Tabacos

Foto anónima finales siglo xix. fuente: diario de Triana

La Real Fábrica de Tabacos como edificio por sí mismo recoge tal número de bondades en cuanto a belleza, dimensiones, historia… que hacen que estemos ante un lugar de parada obligatoria para el visitante que quiere conocer la ciudad. Sin embargo, tan importante o más, resulta conocer o llegar a hacernos una ligera idea de la vida y maneras que sus trabajadoras llevaban a gala en aquellos territorios, donde la mujer dominaba el cotarro. 
A comienzos del siglo XVIII la industria tabacalera en Sevilla estaba dominada por hombres, pero pronto empezó a correr un mar de fondo que vaticinaba algunos cambios en el proceso productivo, a continuación reproducimos unas contestaciones administrativas de 1807  recogidas por el profesor Gordillo, que muestran bien a las claras la tendencia que en aquella época ya se empezaba a fraguar, el informe titulado "Expediente sobre la mejora de la labor de cigarros en Sevilla" (1807), en el que, desde Madrid, se denuncia la mala calidad de los cigarros sevillanos y se plantean dos grandes incógnitas:
"La 1ª es que ¿Por qué han de hacer hombres en Sevilla los cigarros a mayor precio que los hacen en Alicante y Cádiz las mujeres?
Y la 2ª es ¿que si los hombres no pudiesen hacerlos en Sevilla al mismo precio se pusiesen mujeres para construirlos?"
Y aquí la contestación del superintendente José Espinosa…(hoy en día lo crucificarían por esto, y en aquel entonces seguro que se sintió orgulloso de su elocuencia)
"La primera de estas réplicas está desvanecida con saber por un principio general que en todas partes y en todas artes y manufacturas es mayor el jornal del hombre que el de la mujer porque ésta sólo tiene que atender ordinariamente a su propia manutención y aún muchas de ellas a sólo su vestido porque las mantienen sus padres, hermanos y parientes y los hombres tienen que mantenerse a sí mismos, a su mujer, a sus hijos y aun a sus madres, suegras o hermanas; y aunque esta diferencia de jornales influye mucho en el aumento o rebaja de precio de la manufactura, también influye considerablemente en el interés del Estado que sean hombres y no mujeres las que las hagan, porque la población se aumenta con una familia en cada uno de estos jornaleros, al poco que se disminuye cuando son laborantas de cigarros las mujeres, las cuales saben que son despedidas cuando se casan y sólo aspiran a manternerse solteras, tal vez con una vida inmoral y relajada." (Sevilla 10 de octubre de 1807, Correspondencia de J. Espinosa a M. Cayetano Soler)
Con respecto a la segunda cuestión -¿por qué no poner mujeres a hacer los cigarros y dejar a los hombres para las otras labores?- se responden con excusas menos sostenibles como el temor a la promiscuidad y la falta de espacio, siendo conocido que ésto último no era escaso en las instalaciones sevillanas. Veamos:
"El poner en las Fábricas de Sevilla mujeres para que labrasen los cigarros en lugar de los hombres será traer un trastorno a este establecimiento e incurrir en males que deben evitarse.

Este inmenso edificio no tiene más que una sola puerta que da entrada a las fábricas de polvo, cigarros y de rapé y la Factoría del Brasil, y esta disposición es acertadísima porque si habiendo una sola puerta hay muchos trabajos para su resguardo, si hubiese dos o más sucederían muchas extracciones y faltas de orden y de formalidad. Por consiguiente era preciso que entrasen y saliesen por una sola puerta los hombres y las mujeres y que fueran registradas escrupulosamente en ellas, para lo que debería haber en la puerta mujeres para porteras, mezcladas con los hombres que hacen de porteros y se seguirían todos los demás desórdenes inseparables de esta reunión de sexos.

Tampoco se puede perder de vista que dejar en abandono cerca de 800 familias de otros tantos cigarreros que se emplean en estas fábricas sería una ruina a la ciudad, y que para hacer la labor que ellos ejecutan serían necesarias más de 1.200 mujeres, las cuales no pueden contenerse en los talleres de esta Fábrica, donde tampoco hay proporciones para dividir la de cigarros de la de polvo con total separación e independencia, al menos que no se hiciesen considerables gastos" (Sevilla 10 de octubre de 1807, correspondencia citada)
Los temas económicos se decantan del lado más rentable y no atienden a motivos sociales, por lo que la irrupción de la mujer en este proceso productivo era cuestión de tiempo. El aumento constante durante todo el XIX de la mano de obra femenina, dotan a la fábrica de Sevilla una productividad encomiable en toda Europa.
Las Cigarreras,
 obra de Walter Gay, 1893

Traemos a colación unas declaraciones de Richard Ford, aunque denotan cierta desgana hacia las trabajadoras, quizás esta opinión fuera motivada por alguna chanza recibida en sus visitas al centro fabril.
"Los fabricantes de puros en España son, de hecho, los únicos que trabajan de verdad. Los muchos miles de manos que se emplean en esto en Sevilla son principalmente manos femeninas: una buena obrera puede hacer en un día de diez a doce atados, cada uno de los cuales contiene cincuenta cigarros puros; pero sus lenguas están más ocupadas que sus dedos, y hacen más daño que los puros. Visítese el local.
Muy pocas de ellas son guapas y, sin embargo, estas cigarreras cuentan entre las personas más conocidas de Sevilla y, forman clase aparte. Tienen fama de ser más impertinentes que castas; llevan una mantilla de tira especial, que está siempre cruzada sobre el rostro y el pecho, dejando sólo la parte superior, o sea sus facciones más pícaras, al descubierto.
(*)..."
En 1873 el escritor italiano Edmondo de Amicis nos relata sus percepciones en una de sus visitas a Sevilla recogidos en uno de sus libros de viajes:
 "Las operarias se hallan casi todas en tres grandísimas salas, dividida cada una por otras tantas filas de columnas. La primera impresión es soberbia; a un mismo tiempo aparecen a la vista 800 mujeres sentadas alrededor de las mesas de trabajo; las que están lejos ya confusas, y las últimas apenas visibles.
Son todas jóvenes, pocas niñas: 800 cabelleras negrísimas y 800 rostros morenos de las varias provincias andaluzas, desde Jaén a Cádiz y desde Granada a Sevilla. Se oye un estrépito como el de una plaza llena de pueblo.
De la puerta de entrada a la salida, en las tres salas, están llenas las paredes de sayas, mantillas, pañuelos y faldas, y, cosa curiosísima, todo aquel conjunto ofrece dos colores dominantes, ambos continuos, uno sobre otro, como los colores de una larga bandera: el negro de las mantillas encima y el rojo y rosa de las sayas debajo. Las muchachas vuelven a ponerse aquellos vestidos antes de salir; para trabajar visten una ropa más ordinaria, pero igualmente blanca o colorada.
Como el calor es insoportable, se aligeran todas lo más posible; por manera que entre aquellas 6.000 apenas habrá unas 50 de quienes el visitante no logre contemplar a su antojo el brazo, el escote o parte de las espaldas. Hay caras lindísimas, y aún las que no lo son tienen algo que solicitan las miradas y se imprime en la memoria: el color, los ojos, las cejas y la sonrisa. (...)



De la sala de los puros se pasa a la de los pitillos; de la de los pitillos a la de la picadura, y por todas partes se ven sayas de color vivo, trenzas negras y ojazos inmensos. ¡Cuantas historias de amor, de celos, de abandono y miserias encierra cualquiera de aquellas salas!
Al salir de la Fábrica parece verse durante largo rato y por todas partes pupilas negras que os miran con mil expresiones de curiosidad, de enojo, de simpatía, de alegría, de tristeza y de sueño."
De esta parrafada se extrae que aunque las normas de protocolo y la delicadeza que se les presume a las féminas escaseaba entre las cigarreras, respecto a su presencia lo más que se podía decir es que iban limpias, ya que su condición social no les permitía hacer ningún dispendio pecuniario para mejorar su aspecto físico, aunque disponían del mejor producto con el que se pudiera maquillar sus rostros: la juventud.
Siguiendo con las visitas de escritores, resaltamos unas líneas que se reproducen en la web de alma mater hispalense: “La más sensual de las descripciones físicas de las cigarreras nos la ofrece el escritor francés Pierre Louys, que llega a Sevilla finalizando el año 1895. Será aquí donde comienza a escribir su novela "La femme et le pantin" (La mujer y el pelele), que luego será llevada al cine en cuatro ocasiones, siendo la más famosa versión la del genial director español Luis Buñuel en su "Ese obscuro objeto del deseo" (1977). El novelista galo, fascinado por la "Carmen" de Merimée y Bizet, no puede dejar de visitar la famosa fábrica de tabacos. Impresionado por aquellas mujeres, hace que su protagonista -Concha- se vea obligada a trabajar de cigarrera en un momento dado.”
Si en algo están de acuerdo todos los autores es en el griterío y estrépito, bullicio y chispa, jaraneo y guasa de las cigarreras sevillanas de todas las épocas.
Todo aquel que entrara en los dominios de las cigarreras tenía que estar dispuesto a soportar la guasa de estas trabajadoras. Nadie se libraba de ser objeto de sus bromas, incluso el pagador, empleado encargado de distribuir los salarios de éstas, tenía que admitir la comparación con la talla realizada por el escultor Ramón Bilbao que lucía en la capilla de la Tabacalera y destacaba por su tamaño, 2,30m. Pues bien, “el pagador” tenía también dimensiones fuera de lo común, sus 2,10 de altura así lo atestiguaban. La guasa estaba servida, incluso una empleada le dedicó unos versos, que decían así:
“Madre mía de la Victoria
Que penita y que dolor
Que te han quitado a tu Hijo
Y te han puesto al pagaó”


Otra coincidencia que se encuentra al repasar lo escrito sobre las cigarreras es que a todas se les atribuía una mirada intensa y unas pupilas muy marcadas. La explicación de esto cabe buscarla en el polvillo negro que desprendía el tabaco y que envolvía de una cierta nieblilla a toda la fábrica, esta circunstancia es la culpable de que todas estas trabajadoras sufrieran en mayor o menor medida de una severa conjuntivitis, que terminaba afectando a las trabajadoras.
Fuente: Agente provocador

Durante el siglo XIX llegaron a contabilizarse más de seis mil cigarreras. Esta masa ingente de operarios necesitaba unas normas determinadas de organización…
Había capatazas, maestras, pureras, cigarreras y aprendizas. Con 12 o 13 años ya se iniciaban en el oficio y comenzaban su aprendizaje al lado de otra operaria experta, que recibía una gratificación del sueldo de su alumna, esta compensación solía alcanzar una tercera parte de los honorarios de la aprendiza. Al final de esta etapa era cuando a la pupila ya se le enseñaba "a hacer el niño", esto es, “liar un puro ejecutándolo con la misma precisión y delicadeza con que una matrona experta envuelve en pañales y refajo a un recién nacido”. En la fábrica había una estricta jerarquía, si bien el sueldo de estas “jabatas” apenas alcanzaba las dos pesetas diarias, que venía a ser el 40% de lo que hubiera percibido un hombre, la mejor considerada, la más ágil de manos, la que ya tenía una categoría profesional de la que se sentía orgullosa, recibía por ello mejor salario. Esta operaria se encontraba en condiciones de llegar a maestra. 
A continuación, reflejamos una notable descripción que doña Emilia Pardo Bazán relata cuando se centra en las labores de una purera:
"No valía apresurarse. Primero era preciso extender con sumo cuidado, encima de la tabla de liar, la envoltura exterior, la epidermis del cigarro y cortarla con el cuchillo semicircular trazando una curva de quince milímetros de inclinación sobre el centro de la hoja para que ciñese exactamente el cigarro, y esta capa requería una hoja seca, ancha y fina, de lo más selecto, así como la dermis del cigarro, el "capillo", ya la admitía de inferior calidad, lo propio que la tripa o "cañizo". 
Pero lo más esencial y difícil era rematar el puro, hacerle la punta con un hábil giro de la yema del pulgar y una espátula mojada en líquida goma, cercenándole después el rabo de un tijeretazo veloz. La punta aguda, el cuerpo algo oblongo, la capa liada en elegante espiral, la tripa no tan apretada que no deje aspirar el humo ni tan floja que el cigarro se arrugase al secarse, tales son las condiciones de una buena tagarnina".
Fuente: Sevilla eterna

Seguimos tratando la organización, que la seguían a pies juntillas y esto se traducía en excelentes índices de rentabilidad, que eran la envidia de otros puntos de España (Valencia, Cádiz…) donde se elaboraban cantidades irrisorias de tabaco liado y de toda Europa, inclusive.
Se dividían en grupos o talleres que iban de 6 a 10 operarias, esta porción de empleadas recibía el nombre de rancho , el cual tenía asignada una maestra que era quien distribuía y controlaba las datas, que no era más que una especie de escandallo en una hoja donde se recogía la producción de cada trabajadora, es digno de comentar llegados a este punto la solidaridad existente entre las cigarreras ya que a la hora de apuntarse la producción de la jornada era normal que hubiera un trasiego entre lo producido por una o por otra de tal forma que lo que una hubiera hecho demás iba a parar a la nota de otra que se hubiera quedado descolgada.
Fuente: el diario de Triana

Dentro de la fábrica se alcanzaban temperaturas agobiantes, acompañado de un ambiente cargado por miles de trabajadoras que al unísono manipulaban un producto que añadía al ambiente viscosidad y pestilencia. En los veranos de Sevilla se daban unas condiciones muy poco apropiadas para mantener un rendimiento óptimo, por ello las cigarreras tenían permiso para despojarse de su ropa de cintura para arriba. Imaginemos lo que sería en aquella recatada época seis mil almas féminas en top less sudando la gota gorda, y muchas de ellas encima con la compañía de sus vástagos que a una incipiente edad se les permitía llevárselos al trabajo, ahora bien, no tenían permiso para levantarse, debían permanecer sentadas y liando los pertinentes cigarrillos. Pero, siempre había un socorrido parentesis para atender a sus retoños.

Una encargada cerca de la puerta disponía de una campana que hacía sonar cuando la Fábrica iba a tener visita, es entonces cuando todas las cigarreras se vestían por la parte de arriba que habían descuidado y las más coquetas, que solían ser todas se plantaban una rosa en la cabeza. “Y aquí no ha pasado nada”, bueno algunas veces sí, puesto que  no les daba tiempo en muchas ocasiones a acomodarse debidamente las vestimentas.
Cada taller, bajo el cuidado y control de una maestra, estaba constituido por varios "ranchos", 
Ya para finalizar trataremos el tema de sustracción de tabaco, aspecto que se ligaba a  estas empleadas y es que debemos tener en cuenta que un producto valioso como el tabaco, destinado a las clases más pudientes era manipulado por estas obreras que pertenecían a una baja clase social, por lo que la oportunidad estaba servida.
"...(*)Estas damas son objeto de un registro ingeniosamente minucioso al salir del trabajo, porque a veces se llevan la sucia hierba escondida de una manera que su Católica Majestad nunca pudiera haber soñado."

Si el delito no revestía excesiva importancia, al despido se añadía una corta pena de privación de libertad en la cárcel con que contaba la Real Fábrica, pero si la cantidad sustraida alcanzaba cierta importancia se iniciaba la correspondiente causa. Para el control de las sustracciones, se llevaban a cabo registros personales a la salida que, uno a uno soportaban -no sin cierta guasa- todos los trabajadores de la fábrica y que dieron lugar a coplillas populares en el siglo XIX:
Llevan las cigarreras
en el rodete
un cigarrito habano
para su Pepe
La Real Fabrica de Tabacos albergaba tal cantidad de trabajadores que llegó a tener su propia guardia encargada de vigilar los delitos cometidos dentro del recinto. De hecho, era muy frecuente que una cigarrera fuese encarcelada por intentar sacar tabaco a escondidas. A día de hoy, esta cárcel está intacta y se encuentra en el edificio que alberga los despachos de los profesores.
Fuente: sevilladailyphoto



               Mención especial merecen los llamados "tarugos" que eran como una especie de preservativo de tripa, frecuentemente de carnero, por aquel entonces los condones eran también de tripa de animal, lógicamente aún no había llegado el latex. Se rellenaban de tabaco y posteriormente se introducían entre pierna y pierna y ocultos en el sexo de la cigarrera solían alcanzar la calle San Fernando sin ser descubiertos.
Cuando la demanda de cigarreras estaba en todo lo alto, se solían admitir las disculpas,    plegarias, llantos… e incluso renuncia a algún beneficio que hubiera obtenido, cualquier cosa con tal de volver a su puesto de trabajo, que aunque con estrecheces le permitía subsistir, finalmente la empresa solía readmitir al empleado. Pero cuando esto cambió y poco a poco iban disminuyendo el volumen de cigarreras, la que pillaban robando era despedida, por mucho que suplicara.
En marzo de 1885, se produjo un motín provocado por los rumores de la introducción de máquinas para el liado de cigarrillos de papel. Las cigarreras veían peligrar sus puestos y aunque en un primer momento parecía que todo iba seguir igual. La cuenta atrás había comenzado y medio siglo después tras un continuo adelgazamiento de la plantilla de cigarreras la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla cerró sus puertas.

1 comentario:

  1. Que tremendo , todas mujeres, seguramente fueron muy afectadas por ese mal que se llama cigarrillo y que en Espana ha sido una plaga

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