Docmento expedido, como médico a favor de D. Juan Muñoz Peralta |
En aquel momento había dos caminos para acceder al cuerpo de la medicina. El más ortodoxo se encontraba entre las aulas universitarias, donde se adquirían todos los conocimientos teóricos que pudiera haber, la docencia de un médico se fundamentaba en la autoridad hipocrática y Galeno era la figura a quien seguir a pies juntillas. Esta opción adolecía de una ausencia de practica y sus titulares estaban apegados al pasado, y por lo general se instalaban en principios axiomáticos y se echaba en falta la curiosidad implícita en todo científico. La otra vía se basaba en aprender el oficio al lado de un profesional consumado, se convertían en ayudantes a tiempo completo y algo más, y cuando ya habían adquirido conocimientos suficientes se enfrentaban a la Reválida, un examen por el que se les premiaba con la preciada titulación. Estos eran llamados “médicos revalidados” y no gozaban de toda la buena fama de la que presumían los universitarios titulados. Incluso se les acusaba de herejes en muchos casos y de practicar técnicas peligrosas.
Pues bien, en este entorno las corrientes progresistas llamaban a la puerta de la medicina cada vez más insistentemente. Esta doctrina se anclaba en lo antiguo, y aunque no se trataba de renegar del pasado, se hacía necesario aplicar un método científico, de prueba y de error, que permitiera avanzar en esta disciplina. Don Juan Muñoz y Peralta, el joven que decidió ir por el camino rebelde y hace valer su disconformidad con los anticuados métodos universitarios , por cuenta propia funda la “Veneranda Tertulia Hispalense”.
En la casa nº 19 de la Calle san Isidoro, de Sevilla, hay un grabado que recuerda que allí se fundó en el año de 1700 la hoy más antigua academia de medicina del mundo. Este desvío del joven en su vida profesional comulga enteramente con la necesidad que tiene la ciencia de ahondar en la comunidad de estudiosos. El nacimiento de esta tertulia no es de la noche a la mañana, seguramente responde a una evolución. Un grupo de intelectuales, especialmente médicos con inusitado interés por la cultura y el mundo del saber, que propició el que se les bautizara como “ilustrados”, solían reunirse en muchas casas señoriales de sus componentes, en ellas se disfrutaba de elegantes coloquios entre lo más granado de Sevilla. Todo ello, en un ambiente liviano y dicho sea de paso también insustancial. Aprovechando estos hábitos y la necesidad de comunicarse, y de intercambiar conocimientos y experiencias, Juan Muñoz y Peralta aboga por formalizar estos eventos y en una de ellas, a la que se puso el nombre de “Veneranda Tertulia”, se debaten temas médicos de actualidad, se comentan los libros recién llegados y cada uno expone sus últimas experiencias, junto al enfermo.
Al principio, los que se reúnen en la Tertulia, son los llamados “médicos revalidados”, si bien fueron muchos de los catedráticos universitarios entraron a formar parte de la Tertulia. Para formar parte de ésta, se exigía “hallarse muy instruido en filosofía y en la medicina moderna”. Los socios pertenecían a un grupo de intelectuales descontentos con los escasos avances que se observaban en España, en el estudio y aplicación de las Ciencias, así como en el retraso con que llegaban las nuevas ideas filosóficas y del pensamiento.
S.M. Carlos II, poco antes de morir, firma las “Constituciones”. Es el día 25 de mayo de 1700. Unos meses más tarde, el nuevo monarca Felipe V, concede la “Primera Cédula Real”. A partir de ese año, la primitiva Tertulia, pasa a llamarse “Regia Sociedad de Medicina y demás Ciencias de Sevilla”.
De todas partes del país, se reciben solicitudes de ingreso, entre las que se encuentran las de algunas de las personalidades más brillantes del momento en los campos de las ciencias y las letras. Se acuerda que la Presidencia la debe de ostentar una personalidad médica que esté en la Corte, y pueda influir favorablemente en el desarrollo de la entidad sevillana. Destacada fue la figura de don Joseph Cervi, médico de la reina Isabel de Farnesio que logró para la Sociedad, privilegios y ventajas. Bajo el reinado de Felipe V, de la mano de su amigo Diego Mateo Zapata, impulsa la renovación de la carrera de medicina en España. La renovación va en contra del galenismo imperante en el siglo XVIII.
El instigador de esta revolucionaria “Regia Sociedad de Medicina y demás Ciencias de Sevilla”, Juan Muñoz y Peralta, fue juzgado finalmente en 1721 ante la Santa Inquisición bajo la acusación de ser judaizante.
Nos detenemos a mediados del siglo XVIII, concretamente en 1763 para poner de manifiesto la pérdida de su sede, a consecuencia del "pleito de Valcárcel" (una disputa por las propiedades y derechos de distinguidos apellidos aristocráticos, que tocó muy de cerca pasó factura a esta institución. No fue tema baladí, ya que según Antonio Hermosilla , "casi lleva a su desaparición".
Son los peores años de esta Fundación, se abre un periodo en el que tienen que lidiar con una amenaza de ruina cada vez más presente. En este intervalo temporal, la supervivencia de esta institución pasa por el buen hacer de sus asociados, cobra especial relevancia, en ese momento, Sebastián Miguel Guerrero Herreros Morales y Reyna. (Esta biografía ha sido extraída de la web: http://dbe.rah.es/biografias/19467/sebastian-miguel-guerrero-herreros-morales-y-reyna). Este médico fue considerado por muchos libros de historia como dos personas. Tal confusión, probablemente, esté motivada por el uso indiscriminado de ambos apellidos en diversos documentos que se conservan en el Archivo de la Real Sociedad de Medicina y demás Ciencias de Sevilla, de la cual fue socio destacado durante más de veinte años y donde desarrolló su más importante labor como director anatómico durante los años centrales del siglo XVIII, hecho que ha propiciado los errores posteriores. El propio autor adopta esta dualidad de apellidos, hecho, por otra parte, muy habitual en la época, firmando por vez primera como Sebastián Guerrero Herreros, y en 1774, fecha de aparición de su principal obra, Medicina Universal, se identifica con el apellido cuádruple con el que ha pasado a la posteridad, sin que hasta el momento se haya podido aclarar su origen. Tras comprobaciones reiteradas se puede afirmar, sin género de dudas, que se trata de una sola persona.
Ciertamente fue bautizado en la parroquia de Santa María la Blanca del pueblo sevillano de Fuentes, el 30 de septiembre de 1716, dos días después de su nacimiento, con el nombre de Sebastián Miguel, tomando los primeros apellidos de sus padres, Juan Guerrero Martín e Isabel Reyna Gómez. Inició los estudios de Medicina en la Universidad de Sevilla en 1738. Obtuvo el grado de bachiller en Artes en 1741 y, a pesar de haber cursado los años necesarios en la Facultad de Medicina, no pudo graduarse por su “notoria pobreza”, que le obligó a practicar dos años para cubrir los costes del grado en Medicina, que lo obtuvo el 21 de enero de 1744.
En abril de ese mismo año, solicitó la admisión en la Regia Sociedad de Medicina de la capital hispalense, institución que se caracterizó por su carácter innovador y de asimilación temprana de las ideas renovadoras de la medicina. Fue aceptado como socio supernumerario el 21 de mayo de 1744, como médico revalidado. A menos de un año de su entrada en la Sociedad pasó a ocupar, como “coadjutor”, la plaza de número que había dejado libre Diego Gaviria. Desde esa fecha, participó activamente con otras cuatro disertaciones. En la misma corporación desempeñó las labores de disector de anatomía desde 1745, cuyas demostraciones sobre cadáveres eran programadas, al menos, dos veces por año.
Sus actividades, como médico práctico, hicieron que se desplazara al país vecino, Portugal, donde desempeñó sus labores de clínico en distintas poblaciones; ello le obligó a ausentarse de la ciudad por espacio de catorce años y abandonar la Sociedad en 1747, aunque sin llegar a perder el contacto con ella, participando incluso en alguna ocasión en sus sesiones.
De vuelta a Sevilla en 1761, solicitó su reingreso en la Regia Sociedad, siendo admitido de nuevo como socio supernumerario y convirtiéndose desde ese momento en uno de sus miembros más solícitos.
Posteriormente, fue admitido como socio de número el 28 de noviembre de ese año y ocupó desde entonces distintos cargos de responsabilidad en la citada entidad. Fue consiliario 1.º en 1768 y en 1773, vicepresidente durante los años 1769 y 1770, y bibliotecario al menos en 1774. Ofreció su casa cuando dicha entidad perdió los locales que poseía por el pleito de Valcárcel, celebrándose las sesiones literarias en su domicilio desde 1768 hasta 1771, fecha en la que la Regia Sociedad se emplazó en el Colegio de los Ingleses, locales cedidos por el rey Carlos III para la celebración de sus actos. Por estas mismas fechas (1767), solicitó licencia para abrir en su casa una “academia” sobre “materias de física moderna, química, medicina y otras ciencias”, que debía funcionar seis horas semanales durante todo el curso. En esta segunda etapa en la Regia Sociedad redactó hasta nueve disertaciones, donde abordó distintos temas, como la histeria, la esterilidad y las muertes violentas, entre otras, seis de las cuales fueron publicadas en las Memorias Académicas y el resto quedaron manuscritas.
Asimismo, su preocupación por la multiplicidad de sistemas médicos existentes, diciendo: “Se debe tener un mismo idioma, una doctrina, una uniformidad de tratar la naturaleza humana sana y enferma [...] que nos pongamos de acuerdo”.
El rey Carlos III ayudó a las asociaciones culturales, entre las que se encontraba la Regia Sociedad de Medicina, si ésta pudo salir adelante fue gracias a la intervención del Monarca, que la subvencionó. "De lo contrario habría desaparecido este precedente de Academia." No obstante, ese pleito, que ya hemos menconado, obligó a la Regia Sociedad a vender su casa de la calle Levíes.
La intervención de Carlos III propició la concesión de la casa de la calle Armas, la actual calle Alfonso XII. Concretamente el antiguo colegio Jesuita de San Gregorio (también llamado colegio de los ingleses), que, a partir de 1771 y con la expulsión de dichos Jesuitas por razones políticas, se había quedado vacio y pudo instalarse esta institución temporalmente hasta 1.932.
Imágenes del derribo del Colegio. Cortesía de www.elpasadodesevilla.blogspot.com. |
Hubo de adaptar el colegio a sus nuevas funciones y así, el refectorio fue transformado en biblioteca, las celdas en salas para secretaría, salón de actos, gabinetes, y el patio en un notable jardín botánico, con numerosos ejemplares traídos desde América y Oceanía.
Hoy en día, tras su derribo, sobre el antiguo colegio Jesuita, en su solar, se irguió la Escuela de Estudios Hispano-Americanos y la actual Iglesia de San Gregorio Magno era la antigua capilla del Colegio de los Ingleses que es lo único que queda del colegio anglosajón.
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