En Sevilla el vocablo avío aún no es una palabra olvidada, nunca se hablará de trajes de faralaes ni de calesas, aquí son trajes de gitana y coches de caballos, unos botines son unas zapatillas de deporte , unas tirantas son los típicos tirantes de una camiseta, calentitos son los churros, a las atracciones de la feria se les conoce como cacharritos, a las gorras se les llama mascotas y los patios y los corrales son una misma cosa, hasta el punto de que en muchos textos se refieren al Corral de los Naranjos para hablar del famoso Patio de los Naranjos.
La influencia árabe se deja notar y se dice que los corrales de vecinos se asemejan mucho a lo que fueron los callejones árabes, donde varias familias se alojaban y por las noches se cerraba su paso. Pero es en el siglo XVI, a raíz del vertiginoso crecimiento que sufre la población de Sevilla, cuando la ciudad es incapaz de albergar tantas viviendas, y se multiplican los corrales de vecinos, que se muestran como una solución que prácticamente ha sobrevivido hasta nuestros días.
Luis Hornillo, escritor sevillano, dedicó unas líneas a esta particular forma de vida sevillana, que describe su idiosincrasia ...
“Un patio de vecinos es una calle cerrada de puertas abiertas que miran.
Es un lugar donde los ronquidos tienen memoria y las toses quiebran el aire.
Un espacio de solidaridad sabia y añeja.
Un lugar alquímico de voces y guisos de lentejas y papas ‘aliñá’.
De melodías de lozas tarifeñas y de cordeles con ropa expresiva y sin pudor.
De hamaca solitaria de mimbre que medita mientras se balancea fantasmal.
Un Sitio con paredes de cal, donde aparecen impávidas las salamanquesas que se cobijan en el óxido de una maceta de latón, a la que le rebosa cascadas de flores.
Allí donde las avispas y las libélulas se enamoran del grifo, besándolo con rítmica intermitencia para alimentarse de Amor y Vida.
Sí, un patio es un mundo interior con códigos no escritos en el que la llave está en el fondo del mar. Matarile...
Es un espacio en el que los metros no son cuadrados, sino espirales de sensaciones.
Pero un patio, hoy, es un corazón encogido, que teme al demonio de la especulación.
Que por su magia nuestros patios nos acompañen y permanezcan en el viaje de nuestras vidas.
Que así sea.”
Actualmente son los bloques de viviendas los que inundan el paisaje arquitectónico de nuestras ciudades, un modelo que necesariamente aviva la independencia y conlleva la segregación y el desconocimiento mutuo. Pero siempre no ha sido así, en Sevilla hubo otro modelo basado en la convivencia, en las emociones humanas, en espacios de relación comunitaria: los corrales de vecinos. Aquí convivía lo privado y lo público, no se sabía muy bien si se trataba de la calle o si aquello pertenecía a la casa.
Quizá esta implicación que suponían los corrales de vecinos forjó el carácter de la gente de aquí, o tal vez fuera al revés ya que un patio de vecinos nunca llegaría a ser la misma cosa en el norte, donde las condiciones climatológicas no invitan a compartir momentos al aire libre. Es un hecho que la mayoría de los antepasados cercanos y muchos abuelos de esta ciudad han nacido y crecido en corrales de vecinos y aunque ahora están y estamos acostumbrados a todo tipo de comodidades, echan en falta aquella forma de vida.
Los corrales de vecinos se caracterizaban por predisponer sus habitaciones mirando a un patio interior, donde cada familia se alojaba en cada habitación, los sanitarios, espacios para cocinar y lavar constituían las zonas comunes. Las paredes encaladas y la proliferación de macetas hasta conseguir una espesa vegetación, acompañada de una fuente de agua, era lo normal. Estas características ayudaban a soportar y esquivar las temperaturas extremas del estío (hoy en día buscamos un aire acondicionado pero entonces una buena sombra era el único remedio posible). En estas comunidades en las que un casero generalmente formado por un matrimonio habitualmente sin cargas familiares, se ocupaban de la limpieza, mantenimiento y administración (cobrando los recibos) del solar. En su época dorada los corrales eran visitados incluso por su majestad cuando se celebraban las cruces de mayo y rivalizaban en limpieza y ornamentación fundamentalmente con una vegetación resuelta con multitud de tiestos.
Las Cruces de mayo eran la fiesta por excelencia de este modelo urbanístico. Los matrimonios y bautizos que se celebraban por sus vecinos suponían un pretexto de alegría y celebración. Aunque la gente que vivía en los corrales solían ser humildes y pasar apreturas económicas, la alegría y camaradería eran su carta de presentación. Aquí convivía lo privado y lo público, no se sabía muy bien si se trataba de la calle o si aquello pertenecía a la casa y es que una característica que se repite en las construcciones sevillanas es el patio, se vive para dentro. Sevilla estaba plagada de estos patios, y seguramente cada corral encierra sus propias anécdotas y vivencias por eso a modo simplemente a modo pedagógico y pragmático nos quedaremos con uno: El corral del Conde.
Detalle de la capilla por dentro, explicando un accidente acontedido |
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