sábado, 6 de febrero de 2021

Sevilla ya está acostumbrada a sufrir otras pandemias

Desde siempre Sevilla ha sido terreno abonado a experimentar el carácter más virulento de las pandemias. La que nos afecta en nuestros días, no presenta una especial incidencia en la capital andaluza respecto a otros lugares, pero de ninguna de las formas podemos pensar qué es la primera vez que Sevilla se enfrenta algo así. Aunque muy espaciadas en el tiempo, tanto que resulta difícil que un individuo sufra más de una pandemia lo largo de su vida.

Sevilla vio como su población se redujo casi a la mitad en la peste de 1649 y desde entonces no volvió a los 150.000 habitantes previos a la enfermedad hasta décadas o incluso siglos después. Esta plaga se pudo iniciar en algunos puertos de Andalucía, atacando fuertemente a Valencia en junio de 1647 y se extendió posteriormente por el resto de Andalucía, Aragón y Murcia. Fue el más trágico suceso que ha tenido Sevilla y en que más cerca estuvo de ser destruida, ya que  quedó con una gran merma en su población, gran multitud de casas vacías, anunciando ruina, comercios cerrados... una imagen desoladora. Todas las contribuciones públicas a la baja; los gremios de tratos y fábricas quedaron sin artífices ni oficiales, los campos sin cultivadores... Entraron en el Hospital de la Sangre 27.000 enfermos, de los que murieron 23.000 y los convalecientes no llegaron a cuatro mil. De los Ministros que servían faltaron más de ochocientos. De los Médicos que entraron a curar en el curso del contagio, de seis solo quedó uno. De los Cirujanos, de diez y nueve que entraron quedaron vivos tres. De cincuenta y seis Sangradores quedaron 22.

Era tal la dramática situación económica que primaba más la forma de obtener recursos que sufrir los verdaderos efectos sanitarios de la pandemia, así por ejemplo se seguía comerciando con las vestimentas de segunda mano que muchas veces habían estado en contacto directo con aceptados por la peste.

Una curiosa forma de proceder de las autoridades era actuar sobre los sospechosos de estar afectados bajo la ocultación que ofrece la noche. Los posibles enfermos eran llevados a zonas extramuros de la ciudad hasta que se confirmara el contagio o que se tratara de otra enfermedad.

Ante la propagación de la peste que se aproximaba inexorablemente a Sevilla, el Cabildo de la ciudad y sus principales 24 intentaban por los canales tomar medidas que ayudarán a controlar la proliferación de la pandemia. Pero los vigilantes de las Puertas se dejaban corromper fácilmente. Muchos de los que se les negaban la entrada a la ciudad, llegaban hasta Triana y por un puñado de reales conseguían entrar.

No era la primera vez que el mal negro visitaba la ciudad con su inseparable compañía de hambre, pobreza y destrucción. Lo había hecho, sorpresivamente, en 1348, probablemente a través de las galeras genovesas procedentes de levante que aprovisionaban de especiería la Península Ibérica. Las ratas de las bodegas, infectadas de pulgas, fueron eficaces transmisores de la enfermedad.

Sin embargo, esta fiebre bubónica en todas sus variantes ha convivido con el ser humano apareciendo en algunos periodos y debilitándose al alcanzar la llamada inmunidad de rebaño una y otra vez, desde el siglo II de la era cristiana, en que procedente de Mesopotamia, Marco Aurelio incorporó la lejana provincia oriental al Imperio de Roma. A partir de la tercera década del siglo XX se produjo una disminución importante en la incidencia y gravedad de la enfermedad, debido a una mejor higiene, el aumento en la inmunidad de las ratas y los seres humanos, el desarrollo de los antibióticos, etc.

A finales del siglo XVIII entra en liza la fiebre amarilla, una enfermedad de origen vírico, endémica enmarcada en áreas tropicales de África, Sudamérica y Centroamérica, que se transmite por la picadura de ciertas especies de mosquito. En 1800 el contagio alcanzó España a través del puerto de Cádiz, con un importante impacto sobre Sevilla y las comarcas limítrofes desde los meses de julio a noviembre. Apenas llegaba la población de la capital andaluza a los 80.568 y casi toda la población de Sevilla enfermó de fiebre amarilla. El punto álgido de la epidemia se produjo en el mes de octubre, cuando se llegaron a los 460 muertos e un día. La cifra total de enfermos fue de casi 76.500 y de ellos fallecieron unos 15.000, alrededor del 20 por ciento de la población. Han transcurrido más de dos siglos y sorprende que la forma de tratar el mal no difiera prácticamente en nada. Se habilitaron hospitales específicos para pacientes epidemiados y se establecieron cordones sanitarios, la cartilla que ahora se contempla en algunas comunidades para demostrar que no se padece enfermedad contagiosa, se llamaba, "fe de sanidad", Se prohibió la comunicación entre barrios, se prohibieron los enterramientos en las iglesias y se suspendieron las "diversiones en general", vamos como ahora a excepción de los mítines políticos que sí se han celebrado en Cataluña.

Años más tarde otra enfermedad infecciosa llamada cólera-morbo asiático azotó de nuevo a su población, primero en el verano de 1833 y posteriormente con sucesivos brotes en 1854, 1865 y 1885. La de cólera morbo, fue una enfermedad diarreica aguda causada por un bacilo presente en las heces de los enfermos. Se mantuvo activa en Andalucía Occidental durante un par de años.

Así llegamos a 1918, año en que la mal llamada gripe española, hace su aparición. Siendo la predecesora de la que actualmente nos afecta. Mató entre 1918 y 1920 a más de 40 millones de personas en todo el mundo. España fue uno de los más afectados con 8 millones de personas infectadas y 300.000 enfermos fallecidos. Al no haber protocolos sanitarios que seguir los pacientes se agolpaban en espacios reducidos y sin ventilación. Por aquel entonces se haría popular la máscara de tela y gasa con las que la población se sentía más tranquila, aunque fueran del todo inútiles. La incidencia en Sevilla fue mucho menor que en el norte de España y la prensa fustigaba al Gobierno por el desbarajuste con los datos, en este aspecto las cosas no han cambiado mucho en algunos momentos. Un siglo después aún no se sabe cuál fue el origen de esta epidemia que no entendía de fronteras ni de clases sociales. Aunque algunos investigadores afirman que empezó en Francia en 1916 o en China en 1917, muchos estudios sitúan los primeros casos en la base militar de Fort Riley (EE.UU.) el 4 de marzo de 1918.

En Sevilla, se extendió el uso de las mascarillas para proteger la boca y la nariz, se construyeron hospitales de campaña conocidos todavía entonces como lazaretos, se desinfectaban barcos que tocaban puerto, todo muy parecido a lo de ahora y es que al parecer no existe otra forma de lidiar una pandemia. Sin embargo, a pesar de las similitudes evidentes que pueden rastrearse en la prensa de la época y en los estudios epidemiológicos y sociológicos a posteriori, hay una diferencia fundamental: aquella epidemia fue mucho más mortífera.

En el verano de 1920 el virus desapareció tal y como había llegado.

Vamos a señalar una curiosidad que describe bien a las claras en cuanto ha cambiado la sociedad en que vivimos respeto a las de las anteriores pandemias. De todos es sabido que la orografía sevillana es llana, hasta tal punto que llama la atención cualquier accidente geográfico que nos encontremos en el horizonte. Tal es el caso que cualquier montículo que divisáramos en el paisaje sevillano se correspondía con fosas comunes habilitadas en tiempos de pandemias para ocultar a extramuros a las centenares de bajas acaecidas en la población. Estos montículos mal apelmazados con el paso del tiempo la lluvia y el sol terminaba compactándolos, hasta dar una apariencia de pequeños accidentes geográficos. Un ejemplo se encontraba en el frontal del hospital de Las Cinco Llagas enfrente a la Fábrica de Artillería de San Bernardo, donde posteriormente se ubicó Plaza de Armas.

Por otra parte una gran cantidad de cruces de forja que en tiempos pretéritos se dejaban ver alrededor de templetes, iglesias o parroquias, indicaban la situación de una fosa común habilitada tiempos pandémicos para dar servicio a la población que diezmaba por momentos.

Ejemplo de esta cruz es es la que encontramos en la fachada de Santa Catalina, ésta Cruz estuvo instalada la actual plaza Ponce de León donde indicaba la ubicación de una fosa mortuoria.

 

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