En 1885 la calle Maravillas acogió un floreciente negocio, que regentaba una importante familia, Fernández y Roche, que desde el primer momento se grabaron a fuego crecer pero sin descuidar la calidad del producto final. Pronto la fábrica se les quedo pequeña y entre 1916 y 1917 se acometieron las obras de ampliación del negocio, se fueron adquiriendo inmuebles adyacentes a la fabrica original y obteniendo así el espacio necesario para acometer la ampliación física del centro de producción del negocio. Se recurrió a un consumado arquitecto de la época: José Espiau y Muñoz. Y bajo su tutela se levantó un proyecto diseñado por él que agrandaba las instalaciones de la antigua fábrica de sombreros Fernández y Roche, enclavándose el nuevo recinto en un callejón sin salida, que abarca el número 61 de la calle Castellar, el número 17 de la calle Maravillas y el número cuatro de la calle Heliótropo.
Casi 125 años la fábrica de sombreros Fernández y Roche se mantuvo en el centro de Sevilla, llegaron a tener más de 600 operarios en su mayoría féminas. Este hecho compensaba las molestias que causaban los camiones cargados de pieles que dejaban un desagradable rastro oloroso entre los vecinos cada vez que surtían al negocio de materiales para ser manufacturados.
Sin embargo a partir de 1930 todo cambiaría, la nueva moda suprimía el sombrero, se instauró una gradual moda anti-sombrero, los niveles de demanda nunca se recuperaron, además en los siguientes años España sufriría una guerra civil, y posteriormente el mundo se vería sumido en la segunda Guerra Mundial por lo que el entorno tampoco ayudaría. A comienzos de los años 30 las principales sombrereras nacionales deciden sumar sus fuerzas y aunarse para lidiar con la crisis que amenazaba al sector: Sucesores de C. L. Palarea, Industria Sombrerera e Hijos de Jorge Graells Llansana y la propia Sombrerera Fernández y Roche. Nacía así ISESA- Industria Sombrerera Española S.A.- estableciendo su centro neurálgico en una parcela de unos siete mil metros cuadrados que coincidía con la fábrica de la calle Heliotropo, que ya explotaba Fernández y Roche. A estas instalaciones había que sumarle un almacén secundario localizado en la cercana calle Arroyo, próxima a la Plaza de Antonio Martelo.
La situación y la sucesión de hechos de los siguientes años no invitaban a ser optimistas con el negocio y un sentimiento o lema se perpetró entre los directivos: Sobrevivir,
y vaya si lo lograron, de hecho aún siguen en pie, aunque en el 2003 se desplazarán al polígono industrial de Salteras.
Pues bien, la verdadera razón por la que deambulan por las calles de la ciudad cabe buscarla en Fernández y Roche. Esta firma otorga motivos a la ciudadanía de Sevilla para mostrarse orgullosos, pues solo hay que pensar que todos los judíos del mundo llevan sobre su cabeza un producto producido en estas tierras, sin ir más lejos, se fabrica en Sevilla, en Salteras, el famoso sombrero que Harrison Ford ha lucido en Indiana Jones, en la cuarta entrega de la saga: "El Reino de la Calavera de Cristal, el diseñador del nuevo sombrero, el alemán Marc Kitter, encargó a Fernández y Roche la producción del mismo, seguramente para darle un toque más juvenil al maduro aventurero.
El sombrero está fabricado en un fieltro de primera calidad con un 20% de castor y con una badana especial de cuero. Ni que decir tiene que este hecho provocó que el sombrero de la firma sevillana luciera en las pasarelas de todo el mundo.
Como apunte también cabe decir que la mayoría de sombreros del mercado japonés del modelo cordobés salen de aquí. Otros modelos que se producen masivamente son los fedora, el souple de estilo italiano, el imper de diseño anglosajón, …
Volviendo al edificio que diseñó Espiau, destaca su chimenea de ladrillo de unos 40 metros de altura que, junto con la cúpula de la iglesia de San Luis, componen el techo sevillano de esta zona.
Debajo de la misma, en el interior del edificio, se conserva una caldera “Babcock-Wilcox” forjada en Bilbao en 1929, una joya de nuestro patrimonio tecnológico. Los restos de esta caldera que en un tiempo ayudara a elaboración de los sombreros producidos en la fábrica aún se dejan ver entre las ruinas y las pintadas de los okupas, y es que al final de la primera década de este siglo esta obra fue objeto de un movimiento de ocupación social y aunque los propietarios del local instaron una demanda para lograr el desalojo del edificio, los okupas se vieron apoyados por las firmas vecinales en pro de un uso de la obra exclusivamente público y vecinal.
El Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico (IAPH) reconoció este edificio como «un testigo indispensable de la primitiva industria artesanal semimecanizada de principios del siglo XX y un ejemplo patrimonial de alto valor». Y a finales de 2017 se ordenó la demolición de las entreplantas y el remonte construidos «sin licencia» en el conjunto arquitectónico, en concreto unos trabajos de reforma de 168 metros cuadrados del inmueble por entreplanta y de ampliación por remonte de una planta sobre las dos existentes obligando a la reposición de la realidad física alterada en la finca. Además el Consistorio dictó una «primera multa coercitiva» por el incumplimiento de las medidas que ya se habían reclamado respecto a este edificio un año antes y en el 2013. En febrero del año pasado el Ayuntamiento se vio obligado a reclamar una "segunda multa coercitiva" de 2.750 euros contra los responsables del inmueble, por no consumar el derribo ordenado.
Mi opinión personal a riesgo de equivocarme, es que estamos ante un problema de difícil resolución. Por un lado están los propietarios del inmueble, que se les responsabiliza de alguna forma, del lamentable estado de conservación del edificio, pero no se les faculta a realizar obras para poder rentabilizar este espacio, de echo las reformas que ya realizaron están obligados a deshacerlas y devolver al recinto su estado original y mediante multas la Administración se los recuerda una y otra vez. Sin embargo hace unos años fueron objeto de un movimiento okupa y les costó mucho desalojarlos, y esta ocupación se justificó revindicando un uso social al edificio, aspecto por el que los okupas se encontraron respaldados por la vecindad. Y por otra parte la Administración no da un paso adelante haciendo público el inmueble y dedicarlo a un uso social y público, en este aspecto sólo me resta decir que son malos tiempos para estos tipos de dispendios económicos con la que esta cayendo, ¿no?
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