El pasado glorioso de Sevilla,
su condición de puerto fluvial y el descubrimiento del nuevo mundo convirtieron
a la Sevilla del siglo de Oro, el XVI, en el centro neurálgico del mundo,
muchas obras faraónicas destacan en la ciudad: La Catedral, el Ayuntamiento, el
Archivo de Indias, la ampliación de jardines y habitabilidad de Los Reales
Alcaceres, la Casa de La Moneda, palacios como la Casa de Pilatos, el Palacio
de Pinelo, Hospitales como el de Las Cinco Llagas, Iglesias y más iglesias…La
singularidad es que todo esto se levantó casi simultáneamente con lo que
conlleva. Prácticamente todos los artistas de occidente se concentraron aquí,
en esta época convivían artistas, arquitectos, aparejadores, artesanos…Todo
ello bajo el manto de una floreciente Universidad, que llego a ser la más
importante de aquella época. Esto se traducía inevitablemente en una continua
cantera de talentos, y artistas. La cultura había encontrado un sitio donde
permanecer.
Pero un denominador común en todo este desarrollo,
una característica que distingue a Sevilla, que por trivial y gratuita es
posible que no la valoremos en su justa medida: la LUZ.