lunes, 31 de agosto de 2015

La luz de Sevilla

El pasado glorioso de Sevilla, su condición de puerto fluvial y el descubrimiento del nuevo mundo convirtieron a la Sevilla del siglo de Oro, el XVI, en el centro neurálgico del mundo, muchas obras faraónicas destacan en la ciudad: La Catedral, el Ayuntamiento, el Archivo de Indias, la ampliación de jardines y habitabilidad de Los Reales Alcaceres, la Casa de La Moneda, palacios como la Casa de Pilatos, el Palacio de Pinelo, Hospitales como el de Las Cinco Llagas, Iglesias y más iglesias…La singularidad es que todo esto se levantó casi simultáneamente con lo que conlleva. Prácticamente todos los artistas de occidente se concentraron aquí, en esta época convivían artistas, arquitectos, aparejadores, artesanos…Todo ello bajo el manto de una floreciente Universidad, que llego a ser la más importante de aquella época. Esto se traducía inevitablemente en una continua cantera de talentos, y artistas. La cultura había encontrado un sitio donde permanecer.
Pero  un denominador común en todo este desarrollo, una característica que distingue a Sevilla, que por trivial y gratuita es posible que no la valoremos en su justa medida: la LUZ.

Como bien dice María Dolores Robador González: “En aquella época solo se disponía de la luz natural y se contaba con la abundancia de la luz en Sevilla, que es fundamental, pues infunde optimismo, alegría, arte, permitiendo más horas de trabajo.
Animémonos porque tenemos la luz, la luz es la vida y es el color, es un regalo de la Naturaleza, y en Sevilla abundantemente la tenemos. Aprovechémosla como hicieron nuestros antepasados y gocemos de ella.”
Según la zona de España donde nos situemos, el balance de blancos difiere, así pues en Galicia domina el celeste, en Castilla los pardos, en Madrid los colores apagados, en Extremadura los amarillos, en Baleares, Valencia y Andalucía los blancos, pero concretamente en Sevilla…, como dice la canción “ Sevilla tiene un color especial”, localidades cercanas y más próximas a la costa puede que tengan un poco más de luz, los rayos de luz más directos, sin embargo ésta es menos nítida, menos clara, como turbia. La calima se deja notar.
De igual forma las condiciones climáticas han contribuido a especializarse en los métodos para paliar los efectos de unas fuertes radiaciones. Sabemos que el negro absorbe casi el cien por cien de las radiaciones solares, mientras que el blanco se aproxima al cero por cien, a esto hay que unirle los materiales de que se disponía en el valle del Guadalquivir: arcilla, con la que se hacían los ladrillos y cal, que junto con la arena daban origen a los famosos morteros. Como en todos los lugares del mundo antes y ahora los materiales de la periferia determinan los resultados arquitectónicos de las ciudades. Por eso el blanco absoluto de la cal sevillana impregna las fachadas sevillanas. El albero de fácil obtención, ya que las innumerables canteras que surten de esta arena arcillosa, están a cielo abierto. El óxido ferroso que contiene es el culpable del tono amarillo que presenta. Sólo es en China donde también se obtiene el albero y es el encargado de teñir de amarillo el paisaje cuando llueve, por eso al río Huang-he se le denomina amarillo. Al albero junto a la cal, sometiéndole a fuertes temperaturas y dejándolo secar al aire libre produce un rojo intenso, que ayuda a singularizar las fachadas hispalenses. Recapitulando, rojo almagra, amarillo calamocha y blanco impoluto, junto con pequeños salientes y aperturas de las fachadas, que provocan sombras en movimiento, al ritmo del Sol, y que debido a la intensidad de la luz ejercen fuertes contrastes.

Si queremos presenciar una muestra de todo esto no tenemos más que visitar la fachada de la Maestranza y estar atentos al espectáculo de colores y nitidez que contemplemos.




En la arquitectura sevillana una característica que se repite en sus construcciones es el patio, se vive para dentro, de origen romano y árabe es síntoma de la forma de vivir. Suele complementarse este espacio con una fuente de agua y un sinfín de macetas que ornamentan con vegetación la estancia, la vida aquí se dota de un frescor que alivia la climatología hispalense.



Como un sombrero da sombra y complementa la vestimenta de un hombre, los jardines de Sevilla realzan y terminan de ornamentar el aspecto de la urbe. Las plantas son fruto de la luz, de hecho el verde con que se tiñen por estos lares las hojas es mucho más alegre, tendente al amarillo ya que la concentración de clorofila para atrapar la luz es mucho menor que en otros sitios. Un maremágnum de colores particulariza las calles y plazas de la ciudad, que dependiendo de la estación del año donde nos encontremos ejerce tonos y olores diferentes.




Como expresa Antonio Burgos en “el romance del ya”, cuando llega septiembre…“Ya está aquí, que ya ha venido y hasta septiembre se queda, lo mismo que los vencejos que en el Arenal torean. Ya está aquí la vieja luz. La luz de Sevilla. Eterna.”
 
“Ya está aquí, que ya ha llegado, que todos los años llega; que exacta, fiel y callada, sin avisarnos se cuela y despliega una pancarta en la calle San Esteban, junto a la Puerta Carmona, de una acera a la otra acera, allí donde está la bomba en la esquina de Mosqueta, manifestándose el aire y gritando la luz nueva, cuando anuncia capirotes que sueñan manchas de cera.
Un buen día te levantas y al pisar la calle encuentras, que, pájaro, flor y rama, la luz reverdece plena. Que no es cuestión de almanaque, que no es asunto de fecha, ni veintiuno de marzo, ni ceniza de Cuaresma, que te lo dice la luz, y este aire que se lleva las verdinas del invierno con palomas que zurean, con gorriones que cantan, con vencejos que regresan, con canarios en las jaulas de las ventanas abiertas, de las persianas subidas, del balcón con las macetas, de la radio que ya canta unas sevillanas nuevas que en Los Remedios levantan la portada de la Feria, con los palcos en la Plaza soñando Jueves de peinas, porque ya la calle Sierpes sueña con sillas de enea y vagones de arvellanas del abono de la abuela.
Con la cuadrilla igualada, ya ensayan las parihuelas, aunque le falten arriba las figuras que dan leña: el Cristo de la Salud, y José de Arimatea, y el otro compadre al lado, encima de la escalera, la Virgen con sus Marías, con su tocado y su pena. Y los pasos de misterio ningún misterio ya encierran, ensayando madrugadas de levantás y saetas, arriando dos costeros, un poquito más a tierra, y sacando temporales de gracia, rabia y de fuerza cuando cruje la zambrana, que un golpe al martillo suena, así se levanta un paso, óle ahí la gente güena.
En la plaza de los toros los abonos se renuevan: de la cola del Cautivo a la cola de la empresa, con el talón conformado que te exige Canorea, y está el cartel pregonando sus sueños de dos orejas, y novilladas de mayo con dos muchachos que empiezan, y la corrida del Corpus con las campanas que suenan llamando a bailes de seises de juncia, romero y vela.
En la casa de hermandad reparten las papeletas: ¿tanto han subido los cirios? Entonces, ¿las maniguetas? Ya tu número es más bajo; cada vez, ay, vas cerca del palio de aquella Virgen que a tu madre te recuerda. En el penúltimo tramo tu cirio tiene contera con color de capirote, morado de seda vieja, que certifica que el tiempo te acerca donde te acerca, a esa Virgen que algún día verás con manto y diadema, pero sin paso de palio, sin la Banda de Tejera, sin jarras de entrevarales, sin bulla en la delantera, cuando esta túnica lleves de mortaja bajo tierra y allá en el cielo te encuentres con tu Virgen verdadera.
Por un Parque de altramuces de los patos de la isleta y cartuchos de arvejones en esa plaza de América donde todos somos niños con paloma en la cabeza y una más en cada mano al que un retrato le echan en la foto tan antigua que haciéndola ya amarillea... Por un Parque de arriates y de altísimas palmeras, los árboles del amor, míralos, la pava pelan con esas flores moradas que en la luz nueva se besan. Los naranjos de la Plaza, de la vieja Plaza Nueva; los que están en San Vicente, de donde salen Las Penas cuando suena aquella marcha que Antonio Pantión le hiciera; los naranjos de los barrios, de calles y plazoletas, naranjos de los jardines, naranjos de las aceras están de un momento a otro por vestirse ya de fiesta. Mirad: sus verdes camisas, blancos botones ya llevan, nácar de olor de Sevilla, marfil de la primavera, deseandito romperse en fragancias que recuerdan viejos versos de moyate de curdáneos poetas, mostrador del Rinconcillo, coronel de tres estrellas, las tres estrellas sublimes del ejército de tierra, mas de la tierra del tinto: coronel de Valdepeñas, aportación que a Sevilla hace la tierra manchega de los hermanos Morales en García de Vinuesa.
Ya está aquí, que ya hay torrijas, que ya los viernes se cuelga el cartel de «Hoy es vigilia», que en Castilla es abstinencia, y Sevilla, el bacalao que vende Manuel Barea, para hacerlo con tomate, en pavías o en croquetas.
 Ya está aquí, que ya ha venido y hasta septiembre se queda, lo mismo que los vencejos que en el Arenal torean. Ya está aquí la vieja luz. La luz de Sevilla. Eterna.





1 comentario:

  1. Que bonito post!
    Y que bien aprovechas y aprecias esa maravillosa luz que tiene Sevilla para tus fotos
    Love U

    ResponderEliminar