miércoles, 12 de diciembre de 2018

Bartolomé Esteban MURILLO, el pintor de los sevillanos. II. Anécdotas o leyendas.



"Dios ha puesto gran destreza en sus manos, así como muchos sueños y empuje en su corazón". Estas fueron las palabras que Juan del Castillo, un pintor del momento, que aunque no fuera un artista de primera línea sí que era un buen amigo del tío de Murillo que medió para que el joven se pusiera a disposición de su amigo y comenzara a conocer el oficio. La disconformidad de los padres de Bartolomé fueron evidentes y manifiestas, ya que tenían otros planes para el pequeño que iban del sacerdocio por el que abogaba su madre, a mercader, oficio por el que se inclinaba su padre. Con la muerte de sus padres a Murillo no le quedó más remedio que vender sus creaciones en el mercado de la Feria de Sevilla y pintar al aire libre para vivir del poco dinero que podía conseguir. 


De su periplo en Madrid, Murillo tuvo que volver a Sevilla para hacerse cargo de su hermana, a la muerte de su tío. Una vez en la capital andaluza fue contratado por el prior de los franciscanos para que trabajase como pintor en su monasterio. El sueldo era bastante austero  y a duras penas daba para cubrir sus necesidades y las de su hermana, pero este trabajo le sirvió para empezar a darse a conocer. Durante los tres años que permaneció aquí produjo once obras.

En la década de los 70 inició los trabajos vinculados a las ceremonias de canonización de Fernando III, y se cuenta que su fama había llegado a la Corte y que Carlos II le pidió que se trasladase a Madrid, a lo que él contestó que ya tenía demasiada edad para eso. En 1680 abandonaría esta parroquia para irse a la de Santa Cruz, donde permanecería hasta el fin de sus días.
Visita teatralizada por el cuatrocientos aniversario del pintor
Murillo enviudó en 1663, con 41 años y no volvió a casarse, sino que a partir de ese momento  decide abandonar su domicilio y trasladarse a vivir a la parroquia de San Bartolomé, en la calle San Jerónimo.
A continuación vamos a desgranar la relación de Hans Christian Andersen, con el pintor sevillano.

Todo se remonta, cuando el famoso poeta danes, Hans Christian Andersen  en 1845, escribió un poema en el Palacio de Sorgenfri que nunca fue publicado, aunque se conserva manuscrito en la Librería de la Reina de Dinamarca, Carolina Amalia de Augustenburg (1796-1881). Se titulaba precisamente y en inglés, The Zombie. Estos versos son los que sirven de inspiración años más tarde, exactamente en 1902 para estrenar la obra con el mismo nombre, de Félix de León y Olalla, en el Teatro del Real  de Aranjuez el 2 de marzo de 1902". Un inciso que es pertinente hacer es el que se podría referir al significado de la palabra zombi por aqel entonces, que nada tenía que ver a los muertos vivientes con que películas, series y novelas de nuestro tiempo nos han bombardeado, sino que antiguamente esta palabra se asociaba a la existencia de un duende.
El zombí era, se dice en el texto, el responsable de un extraño suceso que ocurría en el taller sevillano de Bartolomé Esteban Murillo. Sin que nadie supiera cómo, los cuadros eran modificados o enriquecidos durante la noche con detalles pictóricos de los que ninguno de sus alumnos y discípulos confesaba ser autor. No obstante en el desarrollo de la obra descubriremos que el suceso no es tan paranormal y su autoría cabría atribuirla al esclavo niño de color del que disponía Murillo que resultó ser un avezado discipulo del maestro.
Hans Christian Andersen fue un gran admirador del pintor sevillano. Por fin en 1862 puede visitar España y no duda en desviarse nos días a la capital andaluza, disfrutando de los cuadros de su apreciado artista. Escribió entonces: "Sevilla es la ciudad natal de Murillo, aquí iba yo a contemplar su grandeza y poder, el rayo de sol meridional del mundo de los genios".

Si hay un cuadro de los de la obra del pintor que haya generado leyendas y curiosidades ese es ‘La Virgen de la Servilleta’. Al contemplar este lienzo comprobamos que aunque variemos de situación la Virgen sigue mirándonos, esta característica destaca la obra que después de ser concienzudamente restaurada se exhibe en la exposición extraordinaria del Museo de Bellas Artes, pero no es la única curiosidad que reviste esta obra, la leyenda es la que ha otorgado el nombre a la obra y es que se cuenta que cuando Murillo se encontraba comiendo con los Capuchinos mientras trabajaba en las pinturas de la iglesia, uno de los frailes le pidió que le pintara una imagen de la virgen para tenerla en su celda, entonces el pintor tomó una servilleta que había en la mesa y  sobre ella pintó esta imagen que dio lugar a este cuadro. Otra leyenda dice que los frailes echaron en falta una mañana una servilleta al recoger la mesa, y que días después Murillo la devolvió con una virgen pintada. Aunque estas historias encierran cierta belleza en sí mismas, lamentablemente no son ciertas ya que la obra está pintada sobre un lienzo y no sobre otro tipo de tela. De todas formas, no dejemos que la realidad nos tire por tierra una buena historia, ¿no?.
Pero en la obra de Murillo también hay lugar para representaciones de famosas leyendas. La más destacable la encontramos en la iglesia de Santa María la Blanca. Cuenta la tradición que nevó el 4 de agosto del año 352 en la ciudad eterna. Con Constancio como Emperador en el trono y un nuevo Papa, Liberio, una de las siete colinas romanas aparecía completamente nevada, exactamente en el monte Esquilino. Cuenta la leyenda la Virgen se le apareció a un noble patricio llamado Juan, acompañado de su esposa y les hizo entender sus intenciones y deseos de que en aquel mismo lugar se le dedicara una basílica: era el milagro de la Virgen de Agosto, de la Virgen Blanca o de la Virgen de las Nieves. Con cualquiera de estas advocaciones la conocemos. En Sevilla también tendría templo, imagen, procesión y hermandad.
Bartolomé Esteban Murillo se encargaría de reproducir esta leyenda. Aprovechando el clima de exaltación ciudadana al conseguir que el Papa Alejandro VII promulgara allá en 1661 la importancia de la Inmaculada de la Virgen María, el párroco de Santa María la Blanca emprendió un año después la remodelación del templo. Dentro de este programa se inscriben los lunetos de Murillo.  El maestro adapta sus lienzos a los arcos, que se descubrían entre las yesería barrocas de las bóvedas.
https://seordelbiombo.blogspot.com/2018/02/murillo-y-santa-maria-la-blanca.html

La primera de ella, el sueño del Patricio Juan, representa el sueño milagroso que tuvo el mismo, cuando la Virgen se le apareció y, en pleno mes de agosto, le pidió que construyera un templo sobre la traza realizada por la propia Virgen en el monte Esquilino, por medio de la nieve.
https://sevilla.abc.es/pasionensevilla/actualidad/noticias/las-nieves-de-agosto-81145-1438649907.html

En el segundo luneto el Papa Liberio (que ha tenido el mismo sueño) se reúne con el patricio y, en la parte derecha, se desplaza al monte Esquilino para ser testigo del prodigio.
https://sevilla.abc.es/pasionensevilla/actualidad/noticias/las-nieves-de-agosto-81145-1438649907.html
Para el testero Murillo pinta una nueva inmaculada que se aparece ante los clérigos de la parroquia.
la Inmaculada Concepción que pintara Murillo descansa hoy  en el Louvre.
Tampoco lucen las obras originales que representan el sueño de Juan y la entrevista con el Papa ya que fueron objeto del expolio francés cuando entraron las tropas napoleónicas en Sevilla y posteriormente cuando se recuperaron en 1901 se quedaron en el Museo del Prado.
Reproducción de "la Colosal" en la fachada del Corte Inglés del Duque con motivo del 4º aniversario.
Una de las primeras Inmaculadas que pintó Murillo fue ‘La Colosal’, que por suerte conservamos en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Se hizo para el arco de la iglesia del Convento de San Francisco, que estaba donde hoy se abre la Plaza Nueva. Dice la tradición que cuando Murillo presentó el cuadro, a los franciscanos no le gustó demasiado. Pero Murillo sabía que su cuadro no estaba realizado para ser visto a ras de suelo. Una vez que se colocó a su altura, los monjes cambiaron su visión sobre la obra. No hay que obviar que este lienzo mide tres metros de ancho y casi cuatro y medio de alto. Por algo es ‘La Colosal’. De hecho, su tamaño fue lo que hizo que el napoleónico Mariscal Soult no pudiera llevársela durante la invasión francesa, y se quedara recluida en el Alcázar. 
                              


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