miércoles, 21 de noviembre de 2018

Bartolomé Esteban MURILLO, el pintor de los sevillanos. I

Murillo es, sin lugar a dudas el pintor más sevillano de todos los artistas del pincel que la historia nos ha dado. Nadie como él ha sabido plasmar los colores que el cielo de Sevilla otorga a los objetos que están a nuestro alcance. Bartolomé Esteban Murillo se preocupó como nadie en reflejar esos colores, y además previno como iban a evolucionar las tonalidades de sus obras a través de los años, porque él de siempre sabía que su legado le sobreviviría y a través de sus pinturas lograría ser inmortal. 

La autora Eva Díaz Pérez en su novela “el Color de los Ángeles” nos habla sobre la predisposición del maestro a mezclar los pigmentos con agua del Guadalquivir dando como resultado unos claroscuros genuinos, unos tonos marrones parduzcos característicos del artista de la luz y el color. Pintor conocido principalmente por su producción religiosa, "miró a la tierra para contemplar el cielo", convirtió a sus propios hijos en "carne de sus ángeles" y usó a prostitutas como modelos para vírgenes.
Pero no nos vamos a centrar en la vida del autor sino que trataremos algunas curiosidades, que por lo menos a mí, que me considero un profano de Murillo y todo lo que le rodeo, han despertado mi interés. 
La primera curiosidad con la que nos encontramos radica en el propio nombre del artista. Esteban no es su segundo nombre, ni Murillo es su apellido como se podría suponer. Hijo de un reputado cirujano y barbero, llamado Gaspar de nombre y Esteban de apellido, heredo este último que no acompañó con su segundo apellido que correspondía a su madre, llamada María Pérez. Desde muy pronto el pintor barruntaba su éxito y Pérez debió parecerle demasiado vulgar y adoptó el apellido de la abuela materna: Murillo.
Benito Navarrete, en su libro ‘Murillo y las metáforas de la imagen’, nos remarca que el maestro gestionaba con esmero su fama y su imagen pública, dándose a conocer al mundo como un hombre piadoso, humilde y virtuoso. Navarrete apunta a que poco o nada tenía que ver esta imagen proyectada con lo que fue en realidad.                Así por ejemplo su matrimonio se ha mostrado ejemplar en todos los aspectos, pero se sabe que en un principio eso no se ajustó a la realidad. “En 1645 Murillo contrajo matrimonio con Beatriz Cabrera Villalobos, pero se cree que esta unión fue preparada por las familias de los dos contrayentes que se conocían de antiguo y es posible que en principio concertaran la boda sin consentimiento total de la novia, porque ésta, al realizarse la petición de las amonestaciones, el 7 de febrero de ese mismo año, declaró llorando que la obligaban a casarse en contra de su voluntad, lo que motivó la suspensión del enlace.
Visita teatralizada, representación del matrimonio Murillo. Un evento más realizado por el cuatrocientos aniversario del pintor
Sin embargo, seis días después, rectificó sus declaraciones y manifestó sus deseos de casarse, por lo que finalmente el matrimonio fue autorizado. Sobre este episodio se ignora la causa que motivó la primera negativa de la novia, así como las circunstancias que le movieron a cambiar de opinión en tan pocos días. Estos dubitativos comienzos del enlace no dificultaron que los novios se consolidaran en una pareja en apariencia armoniosa y perdurable, en cuya estabilidad debió influir la buena posición social que enseguida alcanzó el pintor, con la consiguiente prosperidad económica que repercutió sobre la pareja.”
Tanto Murillo que ya era huérfano como su esposa Beatriz de Cabrera Villalobos, procedían de familias desestructuradas. El progenitor de ésta murió siendo ella una niña y su madre fue encarcelada por culpa de su padrastro, que dilapidó la fortuna familiar. Con 20 años, su tío Tomás de Villalobos se la llevó a Sevilla, donde tres años después, contrajo matrimonio con el pintor. A esta unión ella aportó una dote valorada en 2.000 ducados, que suponía una cantidad “aceptable, pero que demuestra que no era rica”, sobre todo “porque le llevó tiempo reunirla y precisó de donaciones familiares”. Murillo, por su parte, aportó 500 ducados, “una cifra que en relación con la que solían aportar los varones al matrimonio nos habla de que ya entonces estaba bien situado económicamente y no era un zarrapastroso que pintaba por las calles, como algunos sostienen”.
Su esposa, Doña Beatriz de Cabrera fue su modelo para un gran número de sus obras dedicadas a la Inmaculada Concepción. Sus facciones se correspondían con el ideal de belleza mariana de aquella época, con rasgos equilibrados. También empleo a sus hijos como modelos de ángeles y querubines. . Murillo regaló a sus hijos "la inmortalidad" que estaba en sus manos. Los hizo "carne de ángeles". Así lo novela Eva Díaz, exponiendo la posibilidad de que su esposa le achacara las culpas del infortunio de haber perdido más de la mitad de sus hijos por el mal augurio que pudiera provocar con su práctica, sin embargo esta acción de inmortalizar su plebe es con el tiempo el único consuelo que le queda a su cónyugue, recordando una y otra vez a los que ya no estaban allí a través de los cuadros del pintor. “Beatriz recorre todos los días las iglesias y los conventos donde su esposo pintó a sus niños como ángeles para volver a verles".

Finalmente dos de sus hijos siguieron las directrices añoradas por la madre de Murillo y se hicieron religiosos. Concretamente, su hijo Gabriel se hizo franciscano y su hija Francisca dominica. Sólo el menor, Gaspar, siguió los pasos del artista, aunque ni por asomo llegó a la maestría de su padre.

Murillo fallecía con sesenta y cuatro años de edad el 3 de abril de 1682, poco después de dictar su testamento –su salud se encontraba tan resentida que no tuvo fuerzas para redactarlo por sí mismo-, siendo enterrado, según su deseo, en la parroquia de Santa Cruz, iglesia que desapareció durante la ocupación francesa de Sevilla y en cuyo solar se construyó la actual plaza de Santa Cruz.
Hoy una placa conmemorativa nos recuerda que en algún lugar de esta plaza presidida por la cruz de cerrajería de serpientes se encuentra enterrado el célebre pintor sevillano.
Volviendo a la orfandad de Murillo, está le sobreviene siendo muy joven y en el plazo de seis meses quedó huérfano de padre y madre y fue puesto bajo la tutela de una de sus hermanas mayores, Ana, casada también con un barbero cirujano, Juan Agustín de Lagares. El joven Bartolomé debió de mantener buenas relaciones con la pareja pues no mudó de domicilio hasta su matrimonio, en 1645, y en 1656 su cuñado, ya viudo, le nombró albacea testamentario.
Se desconoce a ciencia cierta cuando nació Bartolomé Esteban Pérez, pero debió de ser de nacer en los últimos días de 1617 pues fue bautizado en la parroquia de Santa María Magdalena de Sevilla el 1 de enero de 1618 y por aquel entonces era costumbre proceder al sacramento religioso a los pocos días de venir al mundo.
Se estima que en el mundo existen cerca de quinientas obras auténticas de este prolífico y magistral pintor, y una pequeña proporción de su obra descansa en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, a tan sólo unos metros de donde se ubica su estatua, en plena plaza del Museo. 
Y es que desde 1864 se instala en esta ubicación una estatua dedicada al pintor favorito de los sevillanos, Bartolomé Esteban Murillo. Pensando en su segundo aniversario la Academia de Bellas Artes en 1860 junto con el Cabildo promueve este homenaje a Murillo. En un primer momento se planea la Plaza de Santa Cruz, donde está documentado que reposan los huesos del artista sevillano, pero finalmente se considera esta ubicación junto al Museo, más idónea.
La fama de este artista del barroco llegó a traspasar fronteras, constituyéndose en aquella época en el pintor español más respetado y valorado fuera del territorio español. Lo que le confiere mayor mérito si tenemos en cuenta que toda su vida transcurrió en Sevilla. Respecto a este transitar tan solo se le conoce un periodo en sus años jóvenes que cohabita junto a Velázquez, que se erige como su protector, en la ciudad de la Corte. Hablamos de no más de tres años, que aunque no está totalmente documentado sí que se asevera por la inmensa mayoría de estudiosos del tema. Existe un documento en el Archivo de Protocolos que, efectivamente dice que Murillo se presentó cuando solo era un adolescente en la Casa de Contratación. Quizás se viera seducido por el continuo devenir de barcos que partían durante aquella época, desde el Arenal al Nuevo Mundo al que veía partir barcos desde el puerto de Sevilla. Pero aunque ciertamente, Murillo fue a inscribirse para realizar un viaje a América., no existe constancia alguna que realmente lo hiciera.

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