miércoles, 14 de noviembre de 2018

Plaza de Santa Marta


Una barreduela, concretamente a las espaldas del monumento a Juan Pablo II, que flanquea el acceso, con un pequeño postigo entre los recobecos, que se alza tímidamente mientras transitamos por un estrecho y largo callejón con camino sinuiso que no nos permite atisbar el final de nuestro destino: La Plaza Santa Marta.

O más bien por las reducidas dimensiones de este recinto cuadrado deberíamos decir plazoleta. Parece mentira que a tan solo unos metros del monumento más visitado de la ciudad y teniendo su entrada por la plaza de la Virgen de los Reyes, una de las más céntricas y bulliciosa de Sevilla, encontremos este lugar tan tranquilo y misterioso, envuelto de intenso olor a azahar cuando los cuatro naranjos que la adornan están en flor.




















Estamos ante un destino que muchos sevillanos desconocen. Y no precisamente porque esté lejos sino por lo escondido del lugar.
Toma su nombre del antiguo Hospital de Santa Marta (fundado en el siglo XIV), que se extendía, donde ahora encontramos el Convento de la Encarnación, edificio que acoge este espacio. En este hospital eran acogidas las monjas agustinas que procedían del Convento de la Encarnación (siglo XIX).

Cuatro naranjos delimitan el centro de la plaza, donde se levanta una cruz de piedra, procedente del hospital de San lázaro, el más antiguo de Sevilla, cuyo origen data del 1248 bajo la intervención del rey Fernando, el santo. Este templete fue proyectado por Hernán Ruiz II y la piedra finalmente estuvo trabajada por Diego de Alcaraz, en 1.564. La estructura de este espacio nos asegura, sin lugar a equívocos, que todo lo que entra a la plaza sale por el mismo sitio ya que no existe posibilidad de encontrar otra salida.

Otra posibilidad es quedarse allí, y por ejemplo un par de relevantes personajes de la vida sevillana así lo hicieron y así está inmortalizado en una de las paredes. Así pues, dos importantes fallecimientos se han constatado en este lugar, el de Mateo Vázquez de Leca (Canónigo de la Catedral), y el de José Torres Padilla (Fundador de las Hermanas de la Cruz, junto con Santa Ángela de la Cruz, de la que era su confesor y gran amigo).
Según la leyenda, Don Juan Tenorio de José Zorrilla mantuvo el raptó a doña Inés, en este lugar y es que según la tradición popular, ella se encontraba desde la infancia en un convento. La tradición nos señala la placita de Sta Marta donde D. Juan la raptaría y la llevaría por la calle Santander abajo a la Torre del Oro donde cogerían una barca hasta la quinta de D. Juan en Coria, que sería el lugar donde le recitaría aquello de "no es verdad angel de amor ...".
Exactamente se dice que esta placita fue testigo directo de la conversación mantenida entre ambos personajes y la Madre del Convento: Doña Br.
Inés. ¿Qué es esto? Sueño..., deliro.
Juan. ¡Inés de mi corazón! Inés. ¿Es realidad lo que miro, o es una fascinación...? Tenedme.... apenas respiro...Sombra.... huye por compasión. ¡Ay de mí...! 
(Desmáyase DOÑA INÉS y DON JUAN la sostiene. La carta de DON JUAN queda en el suelo abandonada por DOÑA INÉS al desmayarse.) Brígida. La ha fascinado vuestra repentina entrada, y el pavor la ha trastornado.
Juan. Mejor: así nos ha ahorrado la mitad de la jornada. ¡Ea! No desperdiciemos el tiempo aquí en contemplarla, si perdernos no queremos. En los brazos a tomarla voy, y cuanto antes, ganemos ese claustro solitario. Brígida. ¡Oh, vais a sacarla así! 
Juan. Necia, ¿piensas que rompí la clausura, temerario, para dejármela aquí? Mi gente abajo me espera: sígueme.
Uno de los tres portales que comprende las encaladas paredes de este espacio servía para despachar a los sevillanos una de las tradiciones de la ciudad, por la que es más conocido el convento de la Encarnación, contiguo a esta placita: los recortes de las formas litúrgicas,  las hostias consagradas, que se fabrican en este lugar por las monjas agustinas. 
 
La mezquita llamada "de los osos" estuvo situada junto al Corral de los olmos, en lo que hoy es la plaza de la Virgen de los Reyes de Sevilla. De esta construcción poco se sabe y de los pocos restos que se conservan  podemos apreciar en el callejón de Santa Marta unos arcos ciegos, reconocibles de la antigua mezquita, que antecedió a la Gran Mezquita que terminó siendo la Catedral.
También es famoso este lugar porque aquí, antes de que se trasladara a la plaza del Cabildo, se montaba los domingos por la mañana los puestos de venta e intercambio de los sellos filatélicos.
Por último, mencionar que esta coqueta y recóndita plaza siempre se ha asociado a las artes de casamiento, siendo destino obligado para las solteras que quisieran cambiar su condición.

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