miércoles, 9 de noviembre de 2016

La Plaza del Salvador.

Vamos a estudiar en esta entrada los aledaños del templo, principalmente la Plaza del Salvador. 
Lo primero que podría llamarnos la atención son las gradas que ofrece la propia iglesia,
asemejándose a otras construcciones significativas de la ciudad, como son La Catedral y el edificio de la Lonja (Archivo de Indias). 


Por otra parte, a finales del siglo XIX se procede al aislamiento del frente de la fachada principal instalando delante de ella una verja de hierro fundido. Detrás de las rejas que cierran el compás del Salvador se erige la pequeña Capilla del Carmen. Es de pequeño tamaño y si nos fijamos podremos ver el escudo del Carmelo sobre el entablamento de dicha capilla. En la actualidad se muestra una imagen de la Inmaculada, sin más adornos.
Siguiendo con la propia fachada de la Iglesia de estilo barroco, atisbamos tres portadas, correspondientes a las tres naves del edificio, destacando más, por su tamaño, la central.

Las tres naves están separadas por dobles pilastras, coronando las fachadas laterales sendas ventanas circulares, estableciéndose otra más elevada en el cuerpo central.
Si continuamos por la fachada en dirección a la Cuesta del Rosario, justo donde converge con la calle Villegas nos encontramos con una gran hornacina, haciendo chaflán, que enmarca una sencilla cruz de forja: la Cruz de Culebras.
El nombre proviene de la cuesta de las culebras, primer tramo de la Cuesta del Rosario como era antiguamente conocida la actual calle Villegas. Este era el antiguo estandarte del cementerio que sobre esta plaza anidó hasta el siglo XVII. Esta cruz presidía la plaza, y suponía un estorbo para el tráfico de los peatones, por ello desde el siglo XVIII y como tantas cruces que descansaban en medio de las calles y plazas de Sevilla, el asistente Olavide dictó la Orden de empotrarlas en las fachadas. Hay que decir que en Sevilla no hubo un cementerio municipal hasta el siglo XIX. A esto se le unía, la costumbre de enterrar a los fallecidos en suelo sagrado. Los señores acaudalados ocupaban sus propias capillas costeadas en el interior de los templos, los nobles acomodados disponían de sus propias criptas que habían sufragado ellos mismos. Mientras que los pobres, seguían con las diferencias que en vida ya les había supuesto pertenecer a un estamento social menor, y les daban sepultura en los patios, claustros o proximidades de la iglesia, que también eran considerados terrenos sagrados. En esta línea se encontraba esta plaza que nos ocupa, que además ofrecía la posibilidad de ser usada por el Hospital San Juan de Dios, que se enclavaba en frente del templo. Sin embargo, este campo santo sólo era para dar cabida a los cristianos. Teniendo los judíos su propio cementerio más allá de las murallas de la ciudad, por donde ahora discurren los jardines de Murillo y la avenida Menéndez y Pelayo. Y dándose sepultura a los esclavos en las inmediaciones de la barracuda.


Bajo esta cruz, que representa a la que presidia el cementerio del que estamos hablando, descansa una lápida, en la cual el rey Juan II de Castilla dictó una norma por la cual todo hombre debía arrodillarse al paso del santísimo, en caso de incumplimiento se debía hacer frente a una multa pecuniaria de 600 maravedíes si era cristiano o pena de cárcel si el infractor era mahometano, y la norma se extendía incluso a los miembros de la realeza y al propio Rey. No hay más que fijarse y durante la procesión del Corpus u otras de marcado carácter católico para comprobar que actualmente, cinco siglos después esta tradición sigue viva en muchos sevillanos.
A continuación, introduciéndonos en la calle Villegas, se encuentra el magnífico retablo cerámico del Santo Cristo del Amor, titular de la cofradía del mismo nombre, obra de 1930 de Enrique Mármol Rodrigo. Es el más grande de los retablos existentes en Sevilla pues reproduce al Cristo a su tamaño real. El tejaroz de madera que lo resguarda de las inclemencias del tiempo no es cualquier cosa, estando en sintonía con el bello retablo que protege.


En la Edad Media albergó unos almacenes de agua de los Caños de Carmona, aunque hoy no hay rastro alguno de este dato, como tampoco queda ninguna señal de la fuente que se instaló en 1840 sobre este espacio.
Al igual que sucedía en otras plazas (la del Duque y principalmente la de San Francisco) en esta plaza se celebraron corridas de toros hasta los albores del siglo XX con motivo de las fiestas en honor a la Virgen de las Aguas.


Esta carismática plaza que antaño formó parte del Foro Romano, siendo la principal calzada o cardo máximo la actual calle Villegas y la denominada Cuesta del Rosario, no ha sufrido grandes cambios en su composición, disponiendo siempre de un tamaño considerable y convergiendo en ella, gran número de calles. Siempre se ha distinguido por su forma rectangular presidida por dos grandes edificios: las Iglesias del Divino Salvador y de Nuestra Señora de la Paz. Este espacio estaba porticado hasta la calle Alcuceros, actual calle Córdoba. Con el tiempo los soportales de madera fueron sustituidos por columnas de mármol, que han sido restaurados por el deterioro del paso del tiempo e integrados en los propios negocios, comercios y bares de la plaza. Y es que este céntrico rincón sevillano siempre ha estado atestado de comercios, no en vano antes de ser camposanto recibió el nombre (al menos algunos de sus tramos por tener sus tiendas algunos gremios) de cordoneros, cereros, candeleros lenceros. De hecho aún hoy día encontramos bajo los soportales un ejemplo de esto: la antigua Cerrería del Salvador.
En  1846 se aprueba un proyecto del arquitecto Balbino Marrón por el que se construye un paseo a modo de salón en su centro, rodeado de bancos con respaldos de hierro y arbolado. Sin embargo, este intento de habilitar la antigua plaza del cementerio, como también se le llamó, no fragua  y quince años después se recurre a otra remodelación llevada a cabo por Heredia Tejada. En 1970, se plantan en ella los naranjos que actualmente coexisten con la majestuosa fachada de la iglesia del Divino Salvador, en sustitución de los antiguos chopos allí existentes.
 
Otra construcción que destaca, a tan sólo unos metros de la Iglesia del Salvador es el Hospital de Nuestra Señora de la Paz o el asilo de San Juan de Dios, anexa a la Iglesia del mismo nombre. Ya nos ocuparemos más detenidamente de esta maravilla que queda relegada a un segundo lugar por el Templo del Salvador, que prácticamente le hace sombra en sentido material, a parte del figurado.
No podemos pasar por alto un escabroso tema
propio de la crisis de nuestro tiempo. Desde hace algún tiempo es común ver en las gradas del Salvador  y otros puntos de esta antiquísima plaza, indigentes, mendigos...  que provocan reparos a la feligresía a la hora de entrar a misa. Incluso han utilizado la fuente de las Abluciones en el interior del patio para darse un baño, por eso han tenido que vallarla. ¿Qué hacer? Es la otra cara de la moneda de la sociedad que hemos creado, no se le puede culpar a nadie por por no tener nada, ¿no?.


Fue un periodista, en 1923, quien orquestó una campaña para recaudar los fondos necesarios que permitieran levantar una estatua al maestro imaginero creador del Cristo de la Madera que se mostraba en el interior del templo: Juan Martínez Montañés (Alcalá la Real Jaén 1568-Sevilla 1649).

Las donaciones permitieron sufragar el monumento de cobre que hoy luce en la Plaza, cuya autoría se le asigna al médico y escultor Agustín Sánchez Cid que en 1924 concluye esta representación del artista sentado como si estuviera esperando que llegue el Jueves Santo para ver pasar a su Señor de Pasión. Vamos a detenernos en el detalle de esta efigie, concretamente en la pequeña imagen que el maestro abraza y que si nos fijamos en sus ojos descubrimos que es “La Cieguecita”, la talla que el autor jienense realizó de la Inmaculada Concepción que se aloja en la Catedral en una capilla situada en un lateral del coro, recibiendo este cariñoso nombre por sus ojos entornados y la mirada baja.

Hagamos un inciso para recordar que En la Glorieta de San Diego a la entrada del Parque de María Luisa, se representa la riqueza espiritual de Sevilla, con una estatua femenina que sostiene en su mano derecha una pequeña imagen de “la Cieguecita“. Debemos concluir este tema exponiendo que “La Cieguecita” es mucho más que una obra de arte, es un referente del culto y defensa de la ciudad de Sevilla a la Purísima Concepción de la Virgen, así como un símbolo de nuestra devoción mariana.

Aunque esta estatua fue creada pensando en el lugar que ocupa actualmente, en 1965 se trasladó del Salvador a la esquina de la Catedral de Sevilla, frente al Archivo de Indias, bajo el magnolio gigante que allí  se encuentra. Pero a principios de los ochenta volvió a la Plaza del Salvador. No ocupa el centro geométrico de la plaza, sino que se encuentra desplazada a un lado. De esta forma no entorpece el paso de las numerosas procesiones que pasan por aquí. Aunque una leyenda alude para justificar su ubicación a que era el sitio exacto donde el Maestro se sentó todos los años, hasta el final de sus días ver salir a su Señor de Pasión.


 

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