miércoles, 21 de diciembre de 2016

La Inquisición en Sevilla. Sus lugares.

 


La primera sede de la Inquisición, rápidamente se quedó pequeña, era la actual Iglesia de la Magdalena, antiguo Convento de San Pablo de los dominicos.


Por esta razón en 1481, tan sólo un año después de su instauración. El Castillo San Jorge, junto a la iglesia de San Jorge que contenía en su interior, forman la sede de la Inquisición en Sevilla. El alto número de presos y presuntos herejes o infieles hizo que aquel recinto también se quedara pequeño a pesar de sus obras de ampliación en 1502, de todas formas hasta 1785 siguió ejerciendo de sede.

 
 

Para ello se recurrió a atender sólo a los condenados que esperaban su ejecución o su condena mediante los llamados autos de fe, utilizando para realizarlos primero las gradas de la Catedral, y más tarde en la Plaza de San Francisco.

 
 
Aunque la mayoría tuvieron lugar en la iglesia de Santa Ana, además de la de San Marcos y en el convento de San Pablo. Estas fueron las cárceles mayores, que se complementaban con las cárceles perpetuas, aunque de perpetua no tuvieran nada ya que los presos no solían aguantar en ellas mucho tiempo con vida. Era en estas donde se confinaban a los condenados a cumplir pena de prisión. La manutención corría por su cuenta, y normalmente la Inquisición se había apoderado de sus patrimonios, si algún activo había escapado al control del Santo Oficio era subastado en las gradas de la Catedral y dedicado a la manutención del preso
gradas de la Catedral. Durante la edad media tuvieron una actividad incesante.
La cárcel perpetua disponía de servicio religioso. Los reclusos, que salían todos los domingos a oír misa a la próxima iglesia del Salvador vigilados por el alcaide, podían recibir visitas. El elevado número de presos, que según se ha documentado, oían misa, nos da una idea de la espaciosidad de la casa acondicionada a tal efecto como la diligencia inquisitorial. Las personas de mayor categoría conseguían aliviar la prisión o salir de ella gracias al aval de familiares o amigos o al pago de una conmutación.
Los condenados que caían enfermos no recibían mal trato y eran trasladados al hospital de San Hermenegildo, también llamado del Cardenal por haber sido fundado por el cardenal Cervantes, y vulgarmente identificado como el de “los heridos”, que estaba situado en la actual plaza de San Leandro. Este fue el más importante establecimiento quirúrgico de la ciudad en el siglo XVII.
La economía era un problema y mantener estas instalaciones suponía un dispendio para las ajustadas arcas de la iglesia durante los últimos años de la Inquisición, por ello finalmente se concedía a los condenados el régimen abierto, pudiendo cumplir la condena en su propio domicilio o en un convento.
Según las referencias, la primera cárcel perpetua sevillana estuvo en un corral del barrio de Pedro Ponce, que ocupaba la parte sur de la actual plaza de la Encarnación, en la zona cercana a la calle de los Dados (actual Puente y Pellón).


 
Sustituyéndola, desde principios del siglo XVI se utilizó una casa en la calle del Azofaifo, perteneciente a la colación del Salvador, que fue alquilada al prócer sevillano Alonso Fernández de Santillán.


calle del azofaifo, cercana a la Campana

Durante el siglo XVII existió también una cárcel perpetua en la calle Santiago, en el lugar que fue después dedicado a convento de dominicas de Santa María de los Reyes.

Desde 1611 existió una cárcel perpetua en Triana, cerca del castillo y de Santa Ana, en la calle llamada de las Confesas (tramo de la actual Rodrigo de Triana entre San Jacinto y Victoria), transversal de la calle de Santo Domingo (actual San Jacinto).
Y, según parece, en 1673 se instaló una segunda cárcel en un grupo de casas y casillas accesorias arrendadas en la misma calle, que en esa época era más conocida como de las Cadenas.
Desde finales del siglo XV hasta los últimos años del XVIII, este Castillo fue propiedad eclesiástica, y más concretamente de la Inquisición. Se producen los espectáculos más bochornosos de la historia en nombre de Dios. Todos sabemos las excentricidades y abusos de poder que protagonizaba la Inquisición, pero cuando uno se informa de los castigos que se llevaban a cabo se le ponen los pelos de punta…
El quemadero, ubicado justo donde hoy se encuentra la estatua del Cid, fue encomendado al cuidado de los frailes dominicos, que ejecutaban a los condenados a la hoguera. Era una especie de mesa cuadrada de mampostería sobre cuatro pilares que empotrados en postes de ladrillo sobresalían en los ángulos. En las esquinas había cuatro estatuas de barro de los profetas. Estas efigies eran huecas y consta que en su inauguración seis condenados de los más culpables fueron introducidos en estos recipientes y se dispusieron a cocerlos lentamente. Dejó de utilizarse en 1781 y los franceses lo destruyeron al poco de tomar Sevilla.


Los campos de Tablada estaban atestados de condenados a la horca. Otra práctica usada era ejecutar por desmembramiento, solían usarse caballos; atando cada extremidad a un animal y azuzándolos hasta que al condenado se les desprendían sus miembros. Las 26 celdas secretas que ya contemplaba el Castillo de San Jorge fueron testigos de las más horrendas torturas que se puedan imaginar. El mismísimo Santo Oficio en el Siglo XVII los llego a calificar como "antros de horror, hediondez y soledad".
Restos de las celdas del Castillo de San Jorge
Por ejemplo, el tormento de la garrucha, o la polea, se ataban grandes pesas a los pies de la víctima. Se le ligaban los brazos por detrás en la espalda y se le sujetaban a una cuerda que pasaba por una polea atada al techo de la cámara de tortura. Entonces se le levantaba lentamente en el aire y después se le dejaba caer bruscamente a un par de pies del suelo. Normalmente esto ocasionaba dislocación de las articulaciones y tendones.
La tortura de la torca, o tortura del agua, se atascaba un trapo en la garganta de la víctima. Entonces se echaban grandes cantidades de agua en la boca y, por medio del trapo, estaba obligada a deglutirla toda.
La tortura del potro, se amarraba la víctima a un armazón de madera, con una cuerda gruesa que después se apretaba vuelta tras vuelta…
Otra condena muy habitual y seguramente la más vergonzante la constituía el  sambenito.

tribunal inquisicion sevilla
Así se denominaba a una prenda larga, de color amarillo, con una o dos cruces diagonales impresas en ella, que los arrepentidos estaban condenados a llevarla como señal de infamia durante un periodo que podía ir de unos cuantos meses a toda la vida. Quien llevara un sambenito estaba expuesto al insulto y al ridículo y si era exiliado de su localidad, tenía que hacer frente al robo y al asesinato en la carretera y a una nueva persecución dondequiera que fuese.

 
 
Después de haber autorizado a la Inquisición sevillana el traslado desde el castillo de Triana hasta el colegio de las Becas. Es en 1720 cuando se asientan definitivamente en su nueva sede. El antiguo colegio de la Concepción de Nuestra Señora, de los expulsados jesuitas, había sido fundado en un siglo antes para niños pobres, sobre casas ubicadas en la recién urbanizada plaza de la Alameda, al final de la calle de las Palmas (actual Jesús del Gran Poder, ocupando una manzana entre las calles de las Becas coloradas y del Hombre de piedra, y absorbiendo la antigua calle llamada Arquillo de los Roelas, junto a Santa Clara.). El Edificio que había hecho las veces de sede se denominó la Inquisición y fue convertido en cuartel, con su cuadra en la antigua iglesia. Su polvorín estalló en la revuelta de 1823.
Pablo Olavide.jpgComo una última sacudida, vendría la persecución de los librepensadores y los masones, de lo que fue paradigma el proceso de Pablo de Olavide. Aunque los hechos fueron en Madrid, el Santo Oficio sevillano fue acumulando documentación contra el asistente por tener “pinturas provocativas”. Se produjo la confiscación de sus libros y se dejó sin efectos su plan de estudios universitarios, y Olavide fue detenido en 1774. Hubo inquisidores que pensaron en la hoguera y otros en azotes. Olavide cesó como asistente de Sevilla en 1778, y casi al mismo tiempo se le declaró a puerta cerrada: “convicto hereje, infame y miembro podrido de la religión” y condenado a destierro perpetuo a veinte leguas de la corte, de Lima y de “las Andaluzias”, y a ocho años de reclusión en un monasterio. Se le dispensó del sambenito. Escuchó la sentencia llorando y enfermó en el monasterio de Sahagún, aunque poco después obtuvo la compasión del inquisidor general y por motivos de salud emprende un periplo por diferentes monasterios , consiguiendo una posición en alguno de ellos cercana a la libertad. Finalmente huyó a Francia,, faltaban diez años para la Revolución Francesa.
El proceso del afrancesado Olavide fue en realidad el proceso de la peligrosa Ilustración, el afán de los inquisidores de frenar las ya imparables corrientes filosóficas del siglo de las luces. Pero la Inquisición no era ya lo que había sido. La Edad Moderna pronto iba a dejar paso a la que llamamos Contemporánea.

 
 

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