Esta hermosa narración sobre el Señor de Sevilla tampoco se sabe si calificarla como historia o leyenda, aunque sí es algo maravilloso, yo no la había oído y una amiga m la pasó, así que os la cuento: Ya es sabido que todas las madrugadas de los Viernes Santos, la Hermandad del Gran Poder envía a varios hermanos a pedir la venia para preceder a la Macarena en la carrera oficial. Al filo de la media noche, una diputación de nazarenos del Gran Poder tiene que personarse ante la Hermandad de la Macarena para solicitar pasar por la carrera oficial antes que Ella y ésta siempre lo tiene que conceder.
Hace muchos, pero muchísimos años, en el grupo que fue una noche a visitar a la Señora, se hallaba un hermano que, quizás por su edad, caminaba con dificultad. Llegaron a la basílica, pidieron la venia a la guapa Esperanza y ya de camino de regreso a San Lorenzo, el hermano de andar dificultoso se quedaba rezagado y esto comenzó a inquietar al resto del grupo de nazarenos, pues querían llegar a tiempo para la salida de su hermandad. Para colmo de males, empezó a llover débilmente, por lo que se hacía de todo punto aconsejable apretar el paso.
Guardaban la regla de silencio y no cambiaban palabra alguna con el rezagado. Pero, a fuerza de volver la cabeza y mirarle, comprendieron la causa del retraso: se le había roto la correa de una sandalia. El asfalto mojado no aconsejaba prescindir de ellas y terminar el recorrido descalzo y los esfuerzos que el nazareno realizaba para corregir la anomalía no daban ningún resultado. Los del grupo pensaron que convenía detenerse y, como la lluvia arreciaba, se fueron protegiendo bajo los árboles hasta alcanzar unos portales de la Alameda de Hércules. Era noche cerrada, no había nadie en las calles, pero allí aguantaron a que amainara la lluvia. Un hombre de tez morena, parecía casi negro, con manos grandes y algo huesudas, salió de las sombras y vino a resguardarse justo en el mismo portal. Al poco, miró al nazareno y le comentó: Lleva una sandalia rota. ¿Quiere que se la arregle?
El nazareno asintió con la cabeza, se descalzó y puso la sandalia en manos del recién llegado.
Este sacó de uno de sus bolsillos una larga aguja de zapatero y un carrete de hilo y con gran rapidez y destreza, se la reparó en un “pis pas”. Luego se agachó, tomó el pie descalzo, lo limpió con sus manos, lo introdujo en la sandalia y se la abrochó. Todo ocurrió muy deprisa, como si también el hombre estuviese apurado como ellos por salir en una cofradía. Entre las sombras, casi no se distinguían los rasgos de su rostro, pero tenía el pelo, negro y crecido, se le alborotaba en ondas; cuando se incorporó, tras haber cosido las correas de la zapatilla, los nazarenos prestaron su atención al que llevaba el calzado que se acababa de reparar, este dio unos cuantos pasos y comprobó la calidad del trabajo. Todos, al mirar al hombre al que no sabían cómo agradecer su ayuda y para sorpresa… no estaba. Buscaron a su alrededor y… ni sombra de él. Se miraron en silencio y todos comprendieron y pensaron que no podía ser otro más que Él. ¿El Gran Poder zapatero?
Guardaban la regla de silencio y no cambiaban palabra alguna con el rezagado. Pero, a fuerza de volver la cabeza y mirarle, comprendieron la causa del retraso: se le había roto la correa de una sandalia. El asfalto mojado no aconsejaba prescindir de ellas y terminar el recorrido descalzo y los esfuerzos que el nazareno realizaba para corregir la anomalía no daban ningún resultado. Los del grupo pensaron que convenía detenerse y, como la lluvia arreciaba, se fueron protegiendo bajo los árboles hasta alcanzar unos portales de la Alameda de Hércules. Era noche cerrada, no había nadie en las calles, pero allí aguantaron a que amainara la lluvia. Un hombre de tez morena, parecía casi negro, con manos grandes y algo huesudas, salió de las sombras y vino a resguardarse justo en el mismo portal. Al poco, miró al nazareno y le comentó: Lleva una sandalia rota. ¿Quiere que se la arregle?
El nazareno asintió con la cabeza, se descalzó y puso la sandalia en manos del recién llegado.
Este sacó de uno de sus bolsillos una larga aguja de zapatero y un carrete de hilo y con gran rapidez y destreza, se la reparó en un “pis pas”. Luego se agachó, tomó el pie descalzo, lo limpió con sus manos, lo introdujo en la sandalia y se la abrochó. Todo ocurrió muy deprisa, como si también el hombre estuviese apurado como ellos por salir en una cofradía. Entre las sombras, casi no se distinguían los rasgos de su rostro, pero tenía el pelo, negro y crecido, se le alborotaba en ondas; cuando se incorporó, tras haber cosido las correas de la zapatilla, los nazarenos prestaron su atención al que llevaba el calzado que se acababa de reparar, este dio unos cuantos pasos y comprobó la calidad del trabajo. Todos, al mirar al hombre al que no sabían cómo agradecer su ayuda y para sorpresa… no estaba. Buscaron a su alrededor y… ni sombra de él. Se miraron en silencio y todos comprendieron y pensaron que no podía ser otro más que Él. ¿El Gran Poder zapatero?
colaboración: Nely Ram
https://tabernacofrade.net/web/hermandad-del-gran-poder-sevilla/ |
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