jueves, 12 de noviembre de 2015

Plaza Nueva

Como dice Arturo Pareja Obregón en su canción…
“Me da igual/Cantar en sierpes/Que en la plaza nueva/Pasear por esas callecitas/Tan estrechas
Quiero Ser/Un Vagabundo Mas/Tapado Por Estrellas/Que Alumbran Mi Ciudad”
 


Hablamos de la más céntrica y seguramente la más cómoda y tranquila, teniendo en cuenta su ubicación, de las plazas sevillanas. Hasta los setenta uno podía alquilar por unos reales  una silla plegable y tomar asiento al Sol, disfrutando del momento, los domingos, antes de comer, era parada obligada de las niñeras de las familias acomodadas de Sevilla.






Este espacio siempre ha sido concebido como un lugar de encuentro. Cuando había tráfico por todos sus alrededores aquí convergían todos los autobuses urbanos, como lo hacen ahora en la Plaza del Duque. El proyecto del Metro de 1975, que finalmente no llegó a concretarse, contemplaba una estación aquí. Las excavaciones afloraron los restos de un barco,seguramente de origen vikingo.

En el 2006 se concluyen las últimas reformas que han otorgado a la Plaza un aspecto peatonal, sólo se puede acceder en coche por un costado donde, como no podía ser de otra manera, se ha fijado una parada de taxis.
En la edad media por aquí discurría un brazo del Guadalquivir, a esta zona se la conocía como la laguna de Pajería, fue a principios del siglo XI, cuando se procede a la desecación de estos terrenos. Exactamente, en 1022 se instaura un cementerio, que se extiende hasta las inmediaciones del Salvador, a esta necrópolis se le llama de los alfareros. Así continúa hasta mediados del siglo XIII. Tras la reconquista cristiana en la que Fernando III cede esta extensión de tierra a los franciscanos, estos no tardan en erigir uno de los mayores conventos de la ciudad, el llamado Convento Casa Grande de San Francisco. Cientos de franciscanos se congregaban aquí. Una de las funciones más importantes que les fue encomendada consistía en la preparación de los futuros monjes que iban a partir a evangelizar el Nuevo Mundo. Es en 1810, con motivo de las invasiones de las tropas napoleónicas cuando un incendio destruye este inmueble. Aun así existen posteriores intentonas de restaurarlo, pero la desamortización de Mendizabal en 1835 deja a la iglesia sin recursos y se abandona este solar. Donde se ubicaba el huerto de los monjes, termina siendo un terreno diafano de los ciudadanos. En 1850 el Cabildo encarga un proyecto para la acomodación de una plaza, en unos terrenos finalmente mucho más reducidos que el original convento, que se extendía hasta lo que hoy es la calle Zaragoza. Aunque las obras estaban sin terminar 12 años después se procede a la inauguración oficial de la Plaza Nueva, como así se llama en un primer momento, posteriormente según el gobierno de turno adopta diferentes denominaciones: “Libertad”, “República”, “Republica Federal”, “Infanta Isabel”, “Fernando III” ... finalmente se le volvió a llamar oficialmente, como siempre la han conocido los sevillanos: “Plaza Nueva”.
El aspecto original de la Plaza consistía en un espacio diáfano con una farola al centro, que siglos después fue sustituida por un gran kiosco de música, antes de que en abril de 1924 se inaugurara el monumento que impera hasta nuestros días, el de Fernando III. Ya en el proyecto original de 1850 estaba previsto dedicar el centro de esta plaza a un monumento del conquistador, sin embargo la idea se fue postergando e incluso se pensó en levantar un monumento a Isabel II, pero fue la propia reina la que les instó a desistir de este propósito ya que Fernando III era merecedor de tal estatua por sus méritos y amor demostrado a Sevilla, según palabras de la propia monarca.

 

 





El bello edificio de Telefónica, que ocupa la esquina de la Plaza con la Avenida de la Constitución, fue levantado unos años antes de la exposición del 29, convirtiéndose en el estandarte de la compañía en esta ciudad. Su construcción fue censurada por la academia de las Bellas Artes sevillanas, pero finalmente el resultado de la obra dejó sin argumentos cualquier crítica generada. Si nos fijamos su parte más alta emula a La Giralda. Su creador, Juan Talavera Heredia, culminó una fantástica fachada regionalista.
Silueta del edificio de la telefonica, donde se aprecia su semejanza con La Giralda
 

Entre los edificios históricos destaca el Hotel Inglaterra, genuinamente se llamaba la Fonda de Inglaterra, que empezó a ofrecer sus servicios en el siglo XIX, aunque se derribó y se levantó el actual el siglo pasado, nunca ha perdido su principal característica: la hostelera.
Al fondo se apreca el hotel Inglatera
 

Casa Longoria
Es digno de mención el nº9, una obra regionalista perfectamente resuelta por Vicente Traver para la familia Longoria, levantada entre 1917 y 1920. Donde destaca el mirador que domina la terraza del edificio.
Como curiosidad destaca el hecho de ser la plaza pionera en adornarse con palmeras. Desde 1880 el paisaje desde el Ayuntamiento se encuentra dominado por este tipo de árbol. Aunque se intentó adquirir ejemplares árboles a numerosos poseedores sevillanos se tuvo que recurrir a la ciudad de Elche para su obtención. Aproximadamente veinte palmeras ornamentan esta plaza. Con el transcurrir de los años esto ha sido una práctica habitual y hoy se pueden contar por miles las palmeras que adornan el inmueble público sevillano.
Hoy sólo sobreviven dos kioscos de prensa pero durante muchos años existieron además puestos de golosinas, de flores, y también se podían encontrar unos urinarios públicos.
Para finalizar me detendré en la Capilla de San Onofre o de las Ánimas. Contigua al edificio de Telefónica se encuentra escondido y sin hacer mucho ruido el último reducto
del Convento de los franciscanos, junto al arquillo del Ayuntamiento que da a la Avenida de la Constitución.

Su interior encierra un interesante patrimonio histórico y un soberbio conjunto de obras: Tallas, pinturas, retablos cuya autoría se asigna a Martínez Montañés, Pacheco, Bernardo Simón de Pineda, Juan Roldan...Sin embargo despierta más interés lo que aquí sucedió. Probablemente estemos ante la primera aparición documentada de la historia, y se encuentra constatada en los registros documentales que aún se conservan de este convento de la orden franciscana.
Todo comenzó cuando Juan de Torres, un tarambana que vivía cerca de la calle Feria decidió ingresar en este convento para purgar sus dispendios. Ingresó en el escalafón más bajo, se ocupaba de las labores más humildes y le gustaba ir a rezar por las noches a esta Capilla.
Un dos de noviembre, festividad de las Ánimas Benditas. Un fraile franciscano ataviado con la vestimenta y bártulos adecuados para impartir misa, se aproxima al Altar, deposita el Cáliz y tras un largo y elocuente suspiro se desvía hacia la sacristía, donde al poco sale con la vestimenta de fraile y abandona la iglesia. Esta escena se repite los dos días siguientes. Juan de Torres, superado por todo aquello, consulta el hecho con su prior. Este le invita a que le ofrezca ayuda para impartir misa si este la necesita. Esa misma noche se vuelve a repetir la ceremonia y Juan se dirige a él y le ofrece ayuda. El fraile no le contestó con la primera frase que se evoca cuando se va a celebrar una homilía “Introibo ad altare Dei, ad deum qui laetificat juventutem meam” (“Me acercaré al altar de Dios, el dios que alegra mi juventud”) sino que invocó: “Introibo ad altare Dei, ad deum qui laetificat mortem meam” (“Me acercaré al altar de Dios, el dios que alegra mi muerte”). Juan de torres, curtido en numerosas batallas, conservó la templanza necesaria para seguir ayudando al fraile a dar su misa, cuando ésta hubo finalizado, el monje se mostró agradecido: -“Gracias, hermano, por el gran favor que habéis hecho a mi alma. Yo era un fraile de este mismo convento, que por negligencia dejó de oficiar una misa de difuntos que me habían encargado, y habiéndome muerto sin cumplir aquella obligación, Dios me había condenado a permanecer en el purgatorio hasta que saldara mi deuda. Pero nadie hasta ahora me ha querido ayudar a decir la misa, aunque he estado viniendo a intentar hacerlo, durante todos los días de noviembre, cada año, por espacio de más de un siglo.”


 
Cruzó la iglesia y desapareció para siempre.
La Hermandad de las Ánimas de San Onofre, se fundó en el siglo XIII, y sólo la componen cuarenta hermanos. Desde el 20 de noviembre de 2.005 se realiza en la capilla la Adoración Eucarística Perpetua, esto es que se acompaña al Santísimo de forma permanente las veinticuatro horas del día. Par ello se cuenta con unos 600 voluntarios que dedican una hora semanal a tal cometido.
Por eso si mientras esperamos el tranvía nos apetece hacer una breve visita al Santísimo, aunque sólo sea para presentarle nuestros respetos, demos saber que a escasos 10 metros hay una puerta siempre abierta.
 
 
 

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