La Plaza del Museo que recoge el nombre del edificio que custodia, cuya portada principal, luce en la fachada que da a la plaza, aunque cambiada de sitio, ya que, originalmente, se situaba en el extremo contrario del edificio, concretamente en la estrecha Calle Cepeda, donde se situaba el acceso a la iglesia, que finalmente ha contemplado la sala V del Museo, una de las dos salas dedicadas a Murillo.
Dicha Portada presenta arco de medio punto flanqueado por dos pares de columnas que descansan sobre pedestales. Sobre el arco vemos una gran hornacina con las figuras de la Virgen de la Merced, san Pedro Nolasco, (fundador de la Orden) y el rey Jaime I de Aragón, (su protector); hay dos columnas salomónicas, una a cada lado de la hornacina y, en el ático, un frontón con el escudo de la Orden de la Merced en el centro. Pero lo curioso y lo que se desconoce es que durante muchos años la historia nos señaló una autoría equivocada. En 1729 ve la luz la portada, atribuida durante mucho tiempo a Lorenzo Fernández Iglesias, autor de la portada del Palacio Arzobispal, si bien esta del Museo es bastante más sobria y menos espectacular. Las obras de este artista se aproximaban mucho pero el Archivo de protocolos notariales de Sevilla, aportó el contrato de obra de esta portada y se pudo restituir con total fiabilidad el autor de la obra, siendo asignada al cantero coetáneo e íntimamente ligado a Lorenzo Fernández Iglesias, Miguel de Quintana. Por otra parte y aunque no está fielmente documentado se apunta la posibilidad de que fuera el religioso mercedario y arquitecto fray Alonso de la Concepción, quien trabajara en la concepción de esta fachada al coincidir su vivencia en esta ciudad con la ejecución de la obra. La fachada principal y el porche original se enclavan en el barroco.
Sin embargo este no ha sido el único error que ha experimentado esta zona, y quizás este sea de mayor magnitud por haber dejado señal en el nomenclátor de las calles sevillanas y estar aún presente. Nos referimos a la Calle Cepeda, nombrada así en honor al que durante muchos siglos se le había considerado el creador del Cristo de la Expiración.
Quiso el destino que Marcos Cabrera, verdadero autor de la obra, y el capitán Álvaro Cepeda y Ayala coincidieran en tiempo, lugar, expedición, oficio, conocimiento e influencia italiana similar y apellido bastante parecido reforzado por el hecho de que en el mismo viaje también iba abordo un tal Marcos Cepeda, haciendo coincidir el nombre y el apellido de los implicados, contribuyendo de esta manera al error, de este último sólo se sabe que viajó acompañado por su familia en 1578 y era natural de Palomas.
Se acudió a los legados conservados en el Archivo de Indias y se pudo dilucidar este embrollo, descubriéndose un documento fechado un 7 de diciembre de 1575 por el que la Hermandad de la Expiración de Cristo, actual del Museo, encargó a Marcos Cabrera «la hechura de un Cristo de pasta», como consta en el contrato que tiene dicha hermandad en su poder.
La fraternidad que rinde culto a este Cristo intentó cambiar el nombre de la calle por el del verdadero artista de la pieza: Marcos “Cabrera”, el periódico ABC abogó en el 2005 para se le asignara el nombre del periódico, tal y como se denominaba antes la cercana calle Bailén, ya que fueron ellos quien denunciaron y resolvieron el entuerto, allá por el siglo XV, se le denominaba «vuelta de la Merced», en relación al convento que hoy en día es Museo de Bellas Artes. De «vuelta», con los años, pasó a denominarse «calle» y, más adelante, como «plaza», por la zona amplia situada en la trasera de la capilla, donde hoy en día siguen formando los nazarenos cada Lunes Santo.
En 1840 pasó a denominarse «calle del Museo», tras la ubicación de la pinacoteca sevillana en el antiguo convento y, a partir de 1869, recibió su nombre actual de Cepeda, el personaje desconocido.
El Santísimo Cristo de la Expiración, de la Hermandad de El Museo de Sevilla, se encuentra presente en el retablo mayor de su capilla. A la vista de este Crucificado es fácil suponer que su autor, Marcos Cabrera, debió tener conocimiento del Cristo Expirante dibujado por el célebre artista italiano Miguel Ángel, pues ambos muestran el mismo movimiento ondulado del cuerpo, no tratado anteriormente con tanto énfasis. Cuenta José María de Mena, el escultor que realizó al Cristo del Museo «se escapó de su casa y se alistó como soldado en los Tercios. Destinado a Italia, tuvo ocasión de conocer en Roma y en Florencia, las obras de arte que dichas ciudades atesoran, y habiendo recibido clases de modelado y escultura durante varios años de permanencia en Roma, decidió abandonar la carrera de las armas. Dado el vacío histórico que rodea al escultor , la duda está en si el soldado del que se habla era Marcos Cabrera o, por el contrario, el capitán Cepeda. Como se puede comprobar al lío histórico, no le han faltado argumentos que condujeran una y otra vez al embrollo. Lo que no entraña la más mínima duda es que la imagen muestra un singular patetismo en el rostro de Cristo que, ligeramente alzado y girado hacia su izquierda parece exclamar su último lamento, representado en la séptima y última palabra pronunciada en la cruz antes de su muerte.
El Santísimo Cristo de la Expiración, de la Hermandad de El Museo de Sevilla, se encuentra presente en el retablo mayor de su capilla. A la vista de este Crucificado es fácil suponer que su autor, Marcos Cabrera, debió tener conocimiento del Cristo Expirante dibujado por el célebre artista italiano Miguel Ángel, pues ambos muestran el mismo movimiento ondulado del cuerpo, no tratado anteriormente con tanto énfasis. Cuenta José María de Mena, el escultor que realizó al Cristo del Museo «se escapó de su casa y se alistó como soldado en los Tercios. Destinado a Italia, tuvo ocasión de conocer en Roma y en Florencia, las obras de arte que dichas ciudades atesoran, y habiendo recibido clases de modelado y escultura durante varios años de permanencia en Roma, decidió abandonar la carrera de las armas. Dado el vacío histórico que rodea al escultor , la duda está en si el soldado del que se habla era Marcos Cabrera o, por el contrario, el capitán Cepeda. Como se puede comprobar al lío histórico, no le han faltado argumentos que condujeran una y otra vez al embrollo. Lo que no entraña la más mínima duda es que la imagen muestra un singular patetismo en el rostro de Cristo que, ligeramente alzado y girado hacia su izquierda parece exclamar su último lamento, representado en la séptima y última palabra pronunciada en la cruz antes de su muerte.
La belleza y espectacularidad de esta imagen debió causar un gran impacto popular en su tiempo, pues se dice que los cofrades decidieron romper los moldes y echarlos al río Guadalquivir para impedir que se hicieran copias. No obstante luego se hicieron otras imágenes a imitación de ésta, lo que se confirma en la talla encargada en 1590 al escultor Matías de la Cruz, actualmente en paradero desconocido.
Principales fuentes consultadas y reproducidas
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