El arquitecto más prestigioso de la Sevilla de la época, Leonardo de Figueroa, fue el escogido por los Jesuitas para llevar a cabo este templo. Su huella está presente a lo largo de toda Sevilla, destacan entre sus muchas obras el Palacio de San Telmo, la Iglesia del Salvador, la Iglesia de la Magdalena, el hospital de la Caridad, el Hospital de los Venerables, el Museo Bellas Artes….
El maestro ayudado por su hijo, Antonio Matías de Figueroa, ya que estaba en el final de su carrera, momento que irremediablemente llegó y en 1.73 se contratan los servicios de Diego Antonio Díaz.
El maestro ayudado por su hijo, Antonio Matías de Figueroa, ya que estaba en el final de su carrera, momento que irremediablemente llegó y en 1.73 se contratan los servicios de Diego Antonio Díaz.
El resultado de la obra tenía que ser espectacular, se buscaba el asombro de los novicios y visitantes, de hecho la leyenda cuenta que se perseguía construir una replica del mismo templo del Rey Salomón, y prueba de ello son los símbolos salomónicos que aparecen una y otra vez en la profusa decoración de esta iglesia: el candelabro de los siete brazos, el altar de los perfumes y el arca de la alianza.
Cuando accedemos, comprobamos que el tamaño de su interior no se corresponde con el de su fachada. Desde el primer momento reconocemos que no es el aspecto dimensional lo que nos va a sorprender. Sin embargo la decoración del templo daría de si para rellenar una sala de kilómetros. La profusión de la obra delata que podríamos estar ante la antítesis del minimalismo. Es gótico puro, envuelto de una elegancia e impregnado de unos colores claros que no delatan, ni por asomo, agobio sino asombro, esa por lo menos es la sensación que me causo. Del pincel de Lucas Valdés, hijo del gran pintor del siglo de oro Juan Valdés Leal, sale la pintura al fresco que domina la cúpula que ayudada de una arquitectura fingida insufla al fiel o simplemente visitante la impresión de que los techos se alejan mucho más de lo que en realidad lo hace.
Cuando accedemos, comprobamos que el tamaño de su interior no se corresponde con el de su fachada. Desde el primer momento reconocemos que no es el aspecto dimensional lo que nos va a sorprender. Sin embargo la decoración del templo daría de si para rellenar una sala de kilómetros. La profusión de la obra delata que podríamos estar ante la antítesis del minimalismo. Es gótico puro, envuelto de una elegancia e impregnado de unos colores claros que no delatan, ni por asomo, agobio sino asombro, esa por lo menos es la sensación que me causo. Del pincel de Lucas Valdés, hijo del gran pintor del siglo de oro Juan Valdés Leal, sale la pintura al fresco que domina la cúpula que ayudada de una arquitectura fingida insufla al fiel o simplemente visitante la impresión de que los techos se alejan mucho más de lo que en realidad lo hace.
Todo el templo se levanta sobre un tambor circular, la cúpula toma todo el protagonismo de la obra, no nos encontramos ante una iglesia al uso donde podamos dirigirnos al fondo o a sus laterales, aquí todo gira en torno a la propia cúpula. Probablemente este sea el aspecto más sobresaliente de esta construcción, su naturaleza circular. Ya que el circulo es la forma geométrica que más se adapta a Dios, pues no tiene principio ni final. El esmero que sus hacedores dedicaron a este aspecto provocó que solamente se desviaran poco más de un centímetro en la desviación del eje de la impresionante cúpula respecto del suelo. Este dato se ha podido constatar siglos después, utilizando los adelantos de nuestro tiempo (guía láser).
La luminosidad es un aspecto que ayuda a la óptima visualización del conjunto, además de los amplios ventanales, se recurre mucho a la utilización de espejos convexos, el objetivo que se persigue es multiplicar mediante su proyección los canales de luz habilitados. Esta circunstancia posibilitó que durante los años veinte del pasado siglo, un rayo penetrara por la bóveda del coro y destruyera un temple con óleo pintado sobre la puerta de la iglesia.
Las pinturas son extensas, por lo que podríamos dedicar mucho tiempo a su explicación, detalle, significado… Vamos a detenernos únicamente en la parte que queda por debajo del coro las pinturas dispuestas sobre la puerta principal de la iglesia que la Compañía de Jesus se reservo para ella. Esto implica que su autor, Domingo Martínez en torno a 1743, dedicara sus frescos al fundador de la Orden, San Ignacio de Loyola, acogiendo el libro de los Ejercicios Espirituales. También se representan en dos murales alegóricos las dos bulas papales (Pablo III y Alejandro VII) que autorizan y validan a la compañía de Jesús y a los Ejercicios espirituales, por lo que es en definitiva un recordatorio y justificación de la propia Compañía.
Debemos de tener en cuenta que este edificio fue concebido principalmente como un noviciado, un lugar que sirve para educar, por lo tanto está repleto de signos con múltiples significados, sin ir más lejos en la puerta se puede contemplar: "Esta es la puerta de Dios, los justos entraran por ella". Consecuentemente, se trataba de que toda la decoración corroborara un significado didáctico, uno de los propósitos fundamentales sino era el prioritario era conectar el antiguo testamento y el nuevo testamento.
Aunque se muestren varias columnas que fingen sostener el peso de la cúpula, este es sostenido por cuatro pilares, que a su vez sirven como base a sus correspondientes retablos, los dedicados a San Francisco Javier San Ignacio de Loyola, San Juan Francisco de Regis y San Luis Gonzaga. En total en la Iglesia se pueden divisar siete maravillosos retablos, los cuatro que ya se han señalado, el mayor. y dos más, de buen tamaño, colocados en los lados del Evangelio y la Epístola.
Además complementan el recinto otras figuras representadas escultóricamente como San Agustín, Santo Domingo de Guzmán, el profeta Elías, San Pedro Nolasco, San Benito, San Francisco de Asís, San Juan de Mata y San Francisco de Paula.
Por otra parte y en un cuerpo más alto se recalcan las virtudes cristianas que deben poseer el buen sacerdote: mortificación, obediencia, pobreza, amor a Dios, religión, amor al prójimo, castidad, oración y humildad. Cada una de estas virtudes se representan sobre una columna de las que simulan sostener la cúpula y se relaciona con una bienaventuranza.
Por otra parte y en un cuerpo más alto se recalcan las virtudes cristianas que deben poseer el buen sacerdote: mortificación, obediencia, pobreza, amor a Dios, religión, amor al prójimo, castidad, oración y humildad. Cada una de estas virtudes se representan sobre una columna de las que simulan sostener la cúpula y se relaciona con una bienaventuranza.
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