miércoles, 14 de febrero de 2018

Cárcel Real de Sevilla. Origen e instalaciones.I



 El origen de esta institución se enclava en 1249, en el Repartimiento que tuvo Sevilla tras la Reconquista de Sevilla por Fernando III. En 1418 el edificio se encontraba en ruinas y fue reconstruido a expensas de Doña Guiomar Manuel. La precaria situación en que se encontraba  la construcción no era óbice para seguir realizando su cometido.
Foto del azulejo que hay en donde se encontraba la antigua Cárcel Real de Sevilla. Se muestra cómo era la Cárcel en el siglo XVI reproduciendo un cuadro de Gonzalo de Bilbao.
 
Consecuentemente a las pésimas o inexistentes condiciones higiénicas que imperaban prácticamente desde su puesta en funcionamiento, donde el agua potable era un lujo inalcanzable, había que sumar las deficiencias arquitectónicas de unos barracones de piedra, mortero, madera... que se venían abajo. Pero lo más patético de aquellas instalaciones era la falta de espacio, ya que el número de presos incrementaba vertiginosamente y a nadie parecía importarle si no cabían. Esta situación desembocó en escenas dantescas y lamentables. Cuando un ciudadano era condenado a prisión, rara vez volvería a ver la luz, y en la inmensa mayoría de los casos se le estaba condenando a una muerte segura en las peores condiciones imaginables. Está documentado que durante el siglo XIV, en diversos momentos sus paredes llegaron a estar pintadas de negro, esto denotaba una concordancia entre ese aspecto físico y la naturaleza tétrica de todo lo que acontecía dentro de aquellos muros.

https://personal.us.es/alporu/histsevilla/carcel_real_sevilla.htm  :  patio de la carcel

En este patético ambiente quiso el destino que se cruzara una mujer caritativa: Doña Guiomar Manuel Saunines, a quien Sevilla le debe mucho. No sólo sufrago importantes reformas en este edificio, sino que contribuyó a las obras de la Catedral, que por aquel entonces estaba transformándose de la antigua Mezquita al gran centro cristiano que tenía que dominar la Sevilla cristiana. Además costeó de su propio bolsillo el primer enladrillado de las calles de la ciudad más importantes. Sus huesos descansan en la Catedral, aunque a lo largo de los años se ha perdido la información que dilucidaría el punto exacto donde se localiza su tumba. Sevilla, como es habitual con muchas figuras benefactoras hacia la ciudad, ésta no le ha correspondido justamente. Concretamente en lo referente a la Cárcel se dotó a las celdas de una mayor ventilación, se reconstruyó la ruinosa y vetusta capilla, se reforzaron los muros de carga y se habilitó una fuente en el patio. Este fue el hallazgo más significativo y el que produjo mayor mejoría en las caóticas vidas de los condenados. Se intercedió con el Rey, quien finalmente accedió a donar varias varas de agua de los Caños de Carmona para que los reclusos dispusieran de agua potable en la cantidad suficiente, al menos para saciar su sed.

Fachada de la Cárcel Real de Sevilla hacia la Calle Sierpes. Plano de Juan Navarro. Data de 1714.

Se había partido de un nivel tan bajo y la disposición de esta prisión aumentaba tan vertiginosamente, que rápidamente la situación del edificio reclamaba una reforma sustancial, los esfuerzos de Ana Guiomar Manuel habían sido necesarios, pero ya resultaban insuficientes.
El siglo de oro irrumpió en la ciudad, el Guadalquivir se convirtió en el nexo de unión con el Nuevo Mundo, el Arenal se convirtió en el primer puerto mundial. Sevilla se había convertido en el primer destino de todas las riquezas que venían de América. Consecuentemente la urbe tenía que estar a la altura. En la Plaza de San Francisco se concentraban los edificios más importantes y fueron destinatarios de importantes reformas.
La Cárcel Real se vio beneficiada de esta mejoría, el Asistente Francisco Chacón, titular del cargo entre 1560 y 1566, intermedió para añadir al edificio una crujía de fachada y una nueva portada, pero para ello era preciso derribar unas casas propiedad de la Iglesia. Era intención de compensar a los propietarios con la cesión del Cabildo viejo, situado en el Corral de los Olmos, y una tienda de especias en la Alcaicería. Pero el clero tenía otras pretensiones y no fue posible llegar a un acuerdo. Francisco Chacón, hizo valer los derechos de su cargo y no dudo en derribar cuantas casas fueran necesarias para acometer el proyecto que se pretendía, lo que provocó la excomunión del Asistente de la ciudad. Francisco Hurtado de Mendoza, tomó el relevo de la alcaldía y retomó  incluso con más ahínco las gestiones para ampliar y mejorar en lo posible las instalaciones de esta maltrecha prisión. Los planos de la reforma se conservan en el Archivo Histórico Nacional. Durante los siglos XVII y XVIII se realizaron varias reformas.
Se recurrió a Hernán Ruiz II, autor del remate renacentista de la Giralda o del Hospital de las Cinco Llagas. Lamentablemente la muerte le sobrevino y se contrató en 1571 a Benvenuto Torello, natural de Brescia, quien finalizó el proyecto.

Wikipedia: Parte interior de la Cárcel Real. La cárcel disponía de tres plantas en una zona en torno a un gran patio central y otra parte con cuatro plantas junto a un patio más pequeño. Plano de Juan Navarro. Data de 1714.



La Cárcel finalmente se repartía en tres alturas que giraban en torno a un patio central, que proveía de algo de ventilación a las celdas. La fuente de Guiomar se había respetado y mejorado, siendo la única nota agradable de aquel inmundo lugar. A su alrededor los presos jugaban y se reían unos de otros, intentando esquivar su destino. El recinto tenía tres puertas que de alguna forma diferenciaban a sus ocupantes. Una que se llamaba de oro, a la que se llegaba tras subir las escaleras. Se llamaba así por la gran cantidad que tenía que satisfacer quien quería alojarse en esta parte. La segunda puerta la conformaba la primera reja de hierro que se encontraba en la escalera y se conocía como la de hierro o cobre, pues bastaban unos dineros de cobre y vellón para quedarse aquí. La tercera reja de hierro, daba paso a la que llamaban puerta de plata pues este metal era el que se tenía que satisfacer para cumplir condena en aquellas celdas sin grillos. Esto documenta la fama que se granjeó aquella institución de que había que pagar importantes cantidades de dinero para tener una celda propia.
Se localizaban 14 calabozos situados en el patio, donde se encerraban a aquellos presos que demandaban un castigo especial y no tenían la opción de hablar con nadie.
Solían entrar más de cien mujercillas cada noche a quedarse a dormir con algunos de los presos más acomodados y personal de prisión. Se cuenta que en cierta ocasión se dio aviso a un juez ante la alarma de más de 50 mujeres que se había quedado a pasar la noche en la galera. El juez movido más por la curiosidad que por animo de impartir justicia se persono en la prisión junto a un escribano y nada pudo ratificar ya que los presos las ocultaron en sus camastros mientras simulaban estar dormidos.
Disfrutaba esta cárcel de enfermería, barbero lavandera, incluso un médico y un cirujano solían visitarla. También había 4 tabernas o bodegones, que al precio de 14 ó 15 reales se arrendaban y se encargaban de abastecer de vino bien aguado y avinagrado por el tabernero en cuestión.
Próxima a la entrada estaba separada del resto del edificio la cárcel de mujeres. Tres puertas de madera separaban estas instancias. Dentro se encontraba su patio y agua de pie, capilla y enfermería, y todo tipo de riñas de mujeres de la peor calaña. En una de las visitas del Monarca Felipe II se cuenta que al pasar la comitiva por Sierpes, el griterío de voces féminas que se formó dentro de los muros de la Cárcel, fue de tal magnitud solicitando clemencia, que el Rey, ante las voces desgarradoras, hizo detenerse a sus súbitos.
Las puertas permanecían abiertas durante todo el día hasta las 10 de la noche. Y todo el día hasta estas horas estaban muy concurridas, entrando y saliendo hombres y mujeres con comidas y camas, y a hablar a los presos, sin preguntarles a qué entraban, ni qué querían.
 
Pero no nos llevemos a engaño. Todas estas mejorías no estaban al alcance del preso común, y si estaban no disponía de medios económicos para acceder a unos servicios que en la mayoría de los casos no tenían ni aliento para disfrutarlos. Como escribió Cervantes al referirse a ella:”… donde toda incomodidad tiene su asiento, y donde todo triste ruido hace su habitación”. Otro ilustre que ocupo sus dependencias fue Mateo Alemán quien se refirió a ella como…” el paradero de los necios, escarmiento forzoso, arrepentimiento tardo, prueba de amigos, venganza de enemigos, república confusa, enfermedad breve, muerte larga, puerto de suspiros, valle de lágrimas, casa de locos, donde cada uno grita y trata de sola su locura".
En definitiva, el edificio siempre es narrado como un lugar masificado de presos, donde había que pagar importantes cantidades de dinero para tener una celda propia. Los retretes eran prácticamente pozos inmundos, la salubridad era casi nula y los presos, para evitar los castigos físicos, se metían en la mugre hasta el cuello y arrojaban el sucísimo barro a los guardias y verdugos, que no se acercaban a ellos, ante ese aspecto vomitivo, ni para infringirles los cotidianos castigos físicos.
Componentes ilustres del Siglo de Oro español compartieron los muros de esta prisión: Bartolomé Morel, Mateo Alemán, Alonso Cano y Martínez Montañés, entre otros. Especial relevancia tuvo la presencia de
Miguel de Cervantes, que permaneció preso en este lugar entre septiembre y diciembre de 1597 y algunas fuentes afirman que regresó a finales de 1602, aunque lo de la segunda estancia no está demostrado. Se dice que entre las paredes de esta prisión empezó a fraguarse El Quijote.

Asimismo fueron asiduos de este inmueble, aunque no por estar privados de libertad, el famoso abogado Cristóbal de Chaves y el jesuita Pedro de León, capellán de la misma, gracias a los cuales y concretamente a sus escritos conocemos bien estas instalaciones.

CONTINUARÁ...


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