miércoles, 14 de marzo de 2018

Reales Almonas de Triana

 
La industria jabonera estaba muy desarrollada en nuestro país y reconocida en Europa, y más concretamente en Sevilla. La tradición provenía de los Árabes, que ya habían establecido su punto de producción en la orilla del Guadalquivir, su paso por Triana a la altura de la actual calle Castilla, ubicación próxima al Castillo de San Jorge. En este mismo sitio ha permanecido dicha fábrica hasta su desaparición en el siglo XIX. Su procedencia determinó el uso de la palabra árabe para referirnos a ella: “almuna”. Este vocablo fue evolucionando hasta quedarse definitivamente en la palabra “almona”.

Por otra parte desde el siglo XIX, la explotación de este negocio sevillano era competencia real, cediendo la Corona privilegio absoluto de la fabricación y comercialización de este producto al Ducado de Alcalá, quien a su vez lo tenía subarrendado. La familia Enríquez de Ribera, según consta documentalmente en los legajos de la Casa Ducal de Medinaceli  y en las Reales Almonas, lo tenía alquilado para obtener una producción modesta. Sólo un par de hombres y cinco esclavos constaban como trabajadores en 1520; veinte años después, ya contaban con 40 obreros contratados, extrapolando este incremento a la manufactura del jabón obtenido nos puede dejar pistas del exponencial éxito que acompañaba a esta industria.
La demanda que abastecía este negocio no podía quedarse desatendida y por esta razón, Sevilla contó además con otra fábrica en la collación de San Salvador, para no dejar a la ciudad sin suministros de jabón cuando las crecidas del Guadalquivir impedían la comunicación con Triana. Por otra parte y como anécdota cabe mencionar que durante el siglo XVI, la fábrica trianera contó con la competencia desleal de los frailes de Santiponce, que acogidos bajo la imagen clerical lo vendían más barato, provocando varias disputas entre éstos y los propietarios de las Almonas.

Durante el siglo XVI, Europa se encontraba inmersa en muchos avances tecnológicos de los que España también se veía beneficiada, además de la política expansionista que Carlos I y posteriormente hijo Felipe II habían asumido, no en vano el mundo había incrementado y la demanda necesariamente era mayor. La industria jabonera se vio favorecida e impulsada por este aspecto y exactamente el 9 de septiembre de 1529 se hace cargo del arriendo la compañía alemana Welser, apellido muy conocido por el emperador Carlos que había transcurrido su infancia y primera juventud en tierras germanas. Sólo ostentaron la titularidad de las jabonerías sevillanas hasta 1537, pero esta escasa década fue la más que floreciente de las almonas de Triana. Esta relación terminó abruptamente con un pleito entre arrendador y arrendatario por diferencias económicas.
Las materias primas utilizadas para la fabricación del jabón eran el aceite y la ceniza o "mazacote", principalmente. También se incluyen otros materiales, aunque en menor medida, y que se obtienen con facilidad en tierras andaluzas lo que implica un coste bajo sin grandes repercusiones en el producto final, estos son el orujo, residuo de la aceituna molida y prensada, cal, caparrosa y agallas (colorantes), el almizcle, el ámbar, la menta o la algalia, implementados para contener el perfume perseguido. Todos ellos eran materiales baratos y abundantes en esta región. La ceniza o "mazacote" se obtenía de la quema de "los almajos", hierbas que crecían en las marismas del Guadalquivir; y esta característica propiciaba una ubicación próxima al río. Era desde el Aljarafe que llegaba impulsado por las corrientes del acuífero la grasa sobrante del aceite de oliva y un poco más, se obtenía de zonas pantanosas las cenizas que proporcionarían la sosa o potasa que mezclada con la grasa iba a proporcionarle al jabón la consistencia necesaria. Incluso existe constancia de la instalación de un muelle a la altura de las Reales Almonas para facilitar el trasiego de las mercancías implicadas en la elaboración de un jabón que se comercializaba en Flandes, Reino Unido y América hasta bien entrado el siglo XVIII, bajo una denominación de origen trianera y con un nombre comercial oficial del producto que respondía a "Castilla".

Los propietarios de las almonas tenían, desde el principio de su explotación, la autorización para cortar y quemar esta planta para su utilización en la fabricación del jabón consecuentemente este elemento también resultaba barato y de fácil abastecimiento. Por lo tanto, era el aceite el elemento más importante y de la evolución de su precio dependía en gran medida el precio final del jabón. Y esta volatilidad en el valor de este preciado componente, que venía marcado desde la calle del Aceite, era el caballo de batalla entre el Ducado de Alcalá y los propietarios de la jabonería por un lado, y el Ayuntamiento de la ciudad por otro, siempre procurando abaratar el valor por onza de jabón que el Duque tan ocupado estaba en delimitarlo a un precio justo para él, teniendo en cuenta el coste de los materiales y otros gastos necesarios para su obtención. Este choque de intereses preside la historia de la jabonería desde siempre, solicitándose continuamente la intervención mediadora y soberana de la Corona, esta disputa se recrudece más si cabe, durante el siglo XVII, estando inmersas las dos partes en un pleito continuo, intentando cada uno de ellos que prevalezcan sus razonamientos.
Después de varias centurias funcionando a pleno rendimiento durante el siglo XVIII las almonas de Triana entrarán en decadencia. En 1906 la fábrica que aún seguía en activo, fue remozada en un último intento de mantenerla a flote.
 

Pero el final de este edificio de principios del XX estaba escrito y en los últimos años del mismo siglo, pese a la protesta ciudadana, se procede a su destrucción y construcción de viviendas, se salva únicamente el arco que se puede contemplar actualmente junto a la Parroquia de la O y los restos que se pueden ver en el Paseo de la O y que sirven de "zócalo" al nuevo edificio de viviendas. En esta especie de cimientos del nuevo edificio sigue existiendo parte de la fábrica que un día dominó este espacio, ya que se pretendía en un principio dejar estas salas subterráneas para darles un destino cultural, que revelara lo que allí había permanecido desde la dominación árabe, pero el paso de los años ha hecho desestimar esta intención y pocos sevillanos conocen la historia de las Reales Almonas de Triana que tan solo una simple cerámica insertada en la calle Castilla nos recuerda su existencia.

 

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