martes, 5 de septiembre de 2017

Iglesia de San Roman (I)


Tras la reconquista cristiana en 1248 Sevilla se dividió por zonas dedicando una parroquia a cada división. Una de las veinticuatro iglesias asignadas por la ciudad conquistada por el rey Fernando III "El Santo” fue esta que nos ocupa. Sus características y tipología constructivas pertenece al interesante grupo de las iglesias gótico-mudéjares de esta ciudad. El templo parroquial de san Román data del año 1.356, siendo una de las iglesias reconstruidas tras el terremoto de ese mismo año, gracias a la insistencia del arzobispo don Nuño ante Pedro I. De esta época apenas queda la portada principal, ya que durante el siglo XVII fue objeto, como así era costumbre por todos los dominios cristianos, de modificaciones y reformas, aunque continuó conservando los elementos que caracterizan a un templo medieval.

De cualquier manera lo que hoy presenciamos es fruto de una reconstrucción casi total que tuvo que afrontarse después de los disturbios de 1936 que provocaron su final, convirtiendo su interior en cenizas, manteniéndose a duras penas las cuatro paredes del templo. El templo parroquial fue restaurado en 1.947, sin embargo, en 1.991 hubo de realizarse una nueva obra de urgencia, prácticamente un apuntalamiento, para que el edificio aguantara hasta la restauración definitiva, que comenzó en abril de 1.994, extendiéndose  los trabajos durante una década, hasta septiembre de 2.004.
Muchas iglesias sevillanas ardían

El incendio del 36 se llevó consigo el antiguo retablo mayor en el cual se veneraba la imagen de San Román, así como la antiquísima escultura de la "Virgen de la Granada", también se debe lamentar la irreparable pérdida de la Virgen de las Angustias y de Nuestro Padre Jesús de la Salud, obras ambas de Montes de Oca. De estos caóticos sucesos no quedó ninguna constancia documental en la cofradía, seguramente alimentaron las cenizas resultantes. Las actas de los libros no recogen nada de aquel momento. La reconstrucción de la historia por tanto la han tenido que hacer recopilando datos de los testimonios orales de personas que vivieron directamente los sucesos o familiares de éstos.
Quizás motivados por el deseo de recuperar algún día las obras perdidas empezó a forjarse una creencia popular que ha terminado constituyéndose en leyenda. Y es que se asegura que ni las imágenes ni todo lo que rodeaba a estas tuvo que acabar en el incendio ya que los restos de este no mostraron el más mínimo hallazgo de las piezas desaparecidas, ni del metal fundido con el que pudiera haberse constituido algunos enseres (candelabros, utensilios de metal, forjas esculturales…). Este dato aporta un halo misterioso e inexplicable al destino de las imágenes desaparecidas. Además, a esto hay que sumar que era costumbre en periodo estival, después de Semana Santa, como así era el mes de julio en el que el fatal suceso aconteció, las imágenes se trasladaran a los domicilios de los hermanos para evitar robos. Sin embargo, se debe reconocer que ya han pasado más de ochenta años del fatal incidente y en todo este tiempo no ha habido el menor indicio de existencia de ninguna de las obras que se dieron por perdidas.
A continuación transcribo literalmente, un artículo que localicé y a parte de no tener desperdicio, ilustra lo acontecido aquella aciaga tarde de julio:
<< Francisco Conde es un licenciado en Bellas Artes, hermano de Los Gitanos, que ha intentado recopilar todos esos datos para intentar reconstruir la historia. Él no cree que las imágenes se salvaran pero sí admite que ocurren cosas extrañas como que todos los enseres se perdieran porque dijeron que estaban en San Román. Era muy raro que en un mes de julio, el palio, el manto y las insignias no estuvieran en casas particulares de hermanos como solía suceder.
Aquella tarde cruzan el barrio decenas de personas en manifestación con dirección al centro. Concretamente ese grupo numeroso se dirigía a la calle Cuna donde se encontraba una sede sindical. La intención de estos grupos era la de armarse. Como no recibieron armas, se marchan al cuartel de la Alameda donde parte de ellos sale con un fusil o una pistola en la mano. Pero no todos. A aquellos que no se les arma se le dan consignas de levantar barricadas y defender las calles del Casco Norte. «Mi abuela me contó —asegura Francisco Conde— que cuando ese grupo llegó a San Román, vieron cómo estaba ardiendo ya Omnium Sactorum en la calle Feria y entonces deciden entrar en San Marcos y San Román y le prenden fuego. Como mi abuela estaba en el corral de la calle Socorro, a mitad de camino entre San Marcos y San Román, ve como caen al patio las pavesas procedentes de uno y otro lado.
El bar «El Uno de San Román» es testigo de aquel holocausto que no afecta a las casas pegadas a la parroquia ni de la calle Sol ni de la calle Enladrillada. La iglesia arde totalmente en la madrugada del 19 de julio. Al amanecer no queda dentro nada más que humo y brasas de trozos de madera de la techumbre que no se han apagado todavía.
«Eran —indica Conde— miembros de la familia Barrau de la hermandad del Valle que pertenecieron al tercio Virgen de los Reyes de los requetés. Diariamente se turnaban para vigilar a las imágenes junto a los gitanos miembros de la cofradía. Me cuentan que entonces había un gitano que se fumaba un cigarrito junto al Señor y comenzaba a hablarle de tú a tú para contarle sus cosas. Dicen que era digno de ver y digna de escuchar las conversaciones que mantenía con la imagen mientras hacía la guardia…». Pero aquel día no la hubo. Y el templo quedó desprotegido ante la furia incendiara. Lo único que he sacado en claro es que no era gente del barrio sino de las afueras. Porque la gente del barrio se conocía, conocían la iglesia y respetaban a la hermandad independientemente de su ideología».
La hermandad estaba dirigida entonces por la gente de Triana, los Vega, los Moreno, familias que aún permanecen en activo en la cofradía. El hermano mayor de aquel momento era José Vega Niño. Dicen que cuando tuvieron noticias del incendio en San Román, tomaron un taxi en Triana camino del barrio pero en el puente les bloqueó la Guardia de Asalto y no llegaron a tiempo. Pero este extremo no se ha podido confirmar. El Cristo y la Virgen, ambos de Montes de Oca, se encontraban en su altar de la capilla de la Virgen de la Granada. Al menos eso es lo que se piensa. ¿Y por qué surge la leyenda de que no arden? Porque no queda ni rastro, ni siquiera un trozo de madera carbonizada como en otros casos. «Yo —dice Francisco Conde— no le doy demasiada verosimilitud a esta hipótesis porque también he podido conocer que cuando el fuego se sofocó, la gente del barrio cogió todo los escombros de la iglesia para seguir haciendo barricadas. Así que no es extraño que los restos de madera también se emplearan para las defensas de las calles.
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Aun así el actual retablo mayor es una obra de gran interés. Encierra una notable calidad artística, así como un interés histórico ya que está compuesto de la descomposición de otros dos importantes retablos:  el del Hospital de San Hermenegildo que ocupa la parte alta de este; y otro retablo de finales del siglo XVII o principios del XVIII, de autor desconocido que da lugar a los dos cuerpos principales.

 
 

Esta iglesia se caracteriza, sobre todas las de su estilo, por la iluminación natural  de su interior. La razón de esta cualidad estriba en la diferencia de altura entre la nave central y las laterales que permite la presencia de múltiples ventanas en la parte superior de los muros de la nave central.



La fachada principal tiene una portada gótica de piedra labrada, con arco ojival y arquivoltas sin adornos, excepto la exterior que muestra puntas de diamante. Presenta un cuarto óculo siendo el único caso conocido entre las iglesias de la época. Sobre la punta del arco más alto se dispone una pequeña escultura en piedra del titular del templo.



 

A los lados de la portada del edificio existen dos pequeñas ventanas y también dos óculos. Bajo ellos hay dos cuadros cerámicos donde se representan a las figuras de San Román y Santa Catalina, titulares de esta iglesia parroquial. No en vano esta parroquia es conocida también como de San Román y Santa Catalina.

No se debe obviar la torre, situada a los pies junto a la nave del Evangelio. Sobre su cuerpo principal, de base cuadrada y con escasos huecos abiertos al exterior, cuyo campanario albergado en su interior de estilo barroco, data del año 1700.
Recapitulando, la fachada da nombre al pequeño ensanche que forma la llamada Plaza San Román, en la que desembocan las dos calles que acogen las naves laterales del templo: Sol y Enladrillada.


En la calle Sol encontramos la portada de la Epístola, muy parecida a la del Evangelio, aunque algo más elaborada. Desgraciadamente, en la última restauración quedó cegada.
La portada del Evangelio se sitúa en la calle Enladrillada, saliendo a la luz después de muchos años tras demoler una vivienda en ruinas adosada a la iglesia.
Sobre este acceso lateral a la iglesia tengo algo que decir que a lo mejor no es este el escenario más adecuado para dejar constancia, pero es el que más a mano tengo en estos momentos…
Todo comenzó cuando mi sobrina iba a comulgar en esta iglesia, y yo busqué por internet si esta parroquia estaba adaptada y había alguna forma de acceder a su interior en silla de ruedas. Por más que buscara todas las webs indicaban la imposibilidad de tal acceso. Pues bien, tengo que manifestar el error en que se incurre y no es de extrañar dado el recelo sin precedentes que muestra el asistente encargado de la gestión del templo o monaguillo, entrado en años que resulta ser la primera cara visible de la parroquia cuando acudes a ella. Este señor no dudó a la hora de indicar la imposibilidad de acceder y ante la insistencia de mi cuñado que estaba dispuesto a facitar una rampa provisional sobre la puerta lateral que da a la calle Enladrillada, el “monaguillo” se vio obligado a abrir el portón de madera, que hasta ese momento y según él nunca se abría y estaba atrancado. Cual fue la sorpresa que se encontró mi familiar y todas las madres que estaban presentes, que al otro lado había una pequeña terraza llena de macetas, aquello parecía un vergel, y el acceso entre la calzada y el lateral de la iglesia era completamente llano. A partir de ese momento los argumentos del “monaguillo” cambiaron y ahora la imposibilidad del acceso estaba en que aquello estaba lleno de macetas y según él, no se podían desplazar. Los allí asistentes no daban crédito de aquello y se tiraban las manos a la cabeza. El “monaguillo” tuvo que claudicar ante la evidencia, pero tampoco puso las cosas fáciles. Nos convocó con más de una hora de antelación a la iglesia, nos abrió el acceso lateral apenas unos segundos como si estuviéramos entrando a una cámara de seguridad, nos colocó a mi pareja y a mí, ambos usuarios de silla de ruedas,  detrás de una columna para que no molestaramos , ni se nos viera, ni pudiéramos ver , y repitió la operación para desalojar la iglesia, dándonos menos de un minuto entre aspavientos para abandonar la iglesia una vez había terminado aquello. Desde dentro y apenas accedimos a la acera de l calleee Enladrillada un sonoro portazo daba por terminada la bochornosa visita a la iglesia San Roman. Un templo accesible, sin barreras arquitectónicas físicas pero si mentales en la cabeza de un caduco  “monaguillo”, que seguro estaría a sus anchas si el Castillo San Jorge volviera a disponer de todos los privilegios que gozó en su día.
Concluyendo, puedo afirmar por propia experiencia que la iglesia San Román es accesible a todos las personas,  aunque bien es verdad que a lo mejor tenemos que esperar a que su monaguillo se retire definitivamente, o bien aprovechar cuando esté regando las macetas para entrar y salir del templo.

...CONTINUARÁ...


 


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