La Capilla de San Onofre o de las Ánimas contigua al edificio de Telefónica se encuentra escondida y sin hacer mucho ruido. Es el último reducto del Convento de los franciscanos, junto al arquillo del Ayuntamiento que da a la Avenida de la Constitución.
Este acceso conformaba la antigua puerta principal del Convento |
Su interior encierra un interesante patrimonio histórico y un soberbio conjunto de obras: Tallas, pinturas, retablos cuya autoría se asigna a Martínez Montañés, Pacheco, Bernardo Simón de Pineda, Juan Roldan...Sin embargo despierta más interés lo que aquí sucedió. Probablemente estemos ante la primera aparición documentada de la historia, y se encuentra constatada en los registros documentales que aún se conservan de este convento de la orden franciscana.
Todo comenzó cuando Juan de Torres, un tarambana que vivía cerca de la calle Feria decidió ingresar en este convento para purgar sus dispendios. Ingresó en el escalafón más bajo, se ocupaba de las labores más humildes y le gustaba ir a rezar por las noches a esta Capilla.
Un dos de noviembre, festividad de las Ánimas Benditas. Un fraile franciscano ataviado con la vestimenta y bártulos adecuados para impartir misa, se aproxima al Altar, deposita el Cáliz y tras un largo y elocuente suspiro se desvía hacia la sacristía, donde al poco sale con la vestimenta de fraile y abandona la iglesia. Esta escena se repite los dos días siguientes. Juan de Torres, superado por todo aquello, consulta el hecho con su prior. Este le invita a que le ofrezca ayuda para impartir misa si este la necesita. Esa misma noche se vuelve a repetir la ceremonia y Juan se dirige a él y le ofrece ayuda. El fraile no le contestó con la primera frase que se evoca cuando se va a celebrar una homilía “Introibo ad altare Dei, ad deum qui laetificat juventutem meam” (“Me acercaré al altar de Dios, el dios que alegra mi juventud”) sino que invocó: “Introibo ad altare Dei, ad deum qui laetificat mortem meam” (“Me acercaré al altar de Dios, el dios que alegra mi muerte”). Juan de torres, curtido en numerosas batallas, conservó la templanza necesaria para seguir ayudando al fraile a dar su misa, cuando ésta hubo finalizado, el monje se mostró agradecido: -“Gracias, hermano, por el gran favor que habéis hecho a mi alma. Yo era un fraile de este mismo convento, que por negligencia dejó de oficiar una misa de difuntos que me habían encargado, y habiéndome muerto sin cumplir aquella obligación, Dios me había condenado a permanecer en el purgatorio hasta que saldara mi deuda. Pero nadie hasta ahora me ha querido ayudar a decir la misa, aunque he estado viniendo a intentar hacerlo, durante todos los días de noviembre, cada año, por espacio de más de un siglo.”
Todo comenzó cuando Juan de Torres, un tarambana que vivía cerca de la calle Feria decidió ingresar en este convento para purgar sus dispendios. Ingresó en el escalafón más bajo, se ocupaba de las labores más humildes y le gustaba ir a rezar por las noches a esta Capilla.
Un dos de noviembre, festividad de las Ánimas Benditas. Un fraile franciscano ataviado con la vestimenta y bártulos adecuados para impartir misa, se aproxima al Altar, deposita el Cáliz y tras un largo y elocuente suspiro se desvía hacia la sacristía, donde al poco sale con la vestimenta de fraile y abandona la iglesia. Esta escena se repite los dos días siguientes. Juan de Torres, superado por todo aquello, consulta el hecho con su prior. Este le invita a que le ofrezca ayuda para impartir misa si este la necesita. Esa misma noche se vuelve a repetir la ceremonia y Juan se dirige a él y le ofrece ayuda. El fraile no le contestó con la primera frase que se evoca cuando se va a celebrar una homilía “Introibo ad altare Dei, ad deum qui laetificat juventutem meam” (“Me acercaré al altar de Dios, el dios que alegra mi juventud”) sino que invocó: “Introibo ad altare Dei, ad deum qui laetificat mortem meam” (“Me acercaré al altar de Dios, el dios que alegra mi muerte”). Juan de torres, curtido en numerosas batallas, conservó la templanza necesaria para seguir ayudando al fraile a dar su misa, cuando ésta hubo finalizado, el monje se mostró agradecido: -“Gracias, hermano, por el gran favor que habéis hecho a mi alma. Yo era un fraile de este mismo convento, que por negligencia dejó de oficiar una misa de difuntos que me habían encargado, y habiéndome muerto sin cumplir aquella obligación, Dios me había condenado a permanecer en el purgatorio hasta que saldara mi deuda. Pero nadie hasta ahora me ha querido ayudar a decir la misa, aunque he estado viniendo a intentar hacerlo, durante todos los días de noviembre, cada año, por espacio de más de un siglo.”
Cruzó la iglesia y desapareció para siempre.
La Hermandad de las Ánimas de San Onofre, se fundó en el siglo XIII, y sólo la componen cuarenta hermanos. Desde el 20 de noviembre de 2.005 se realiza en la capilla la Adoración Eucarística Perpetua, esto es que se acompaña al Santísimo de forma permanente las veinticuatro horas del día. Par ello se cuenta con unos 600 voluntarios que dedican una hora semanal a tal cometido.
Por eso si mientras esperamos el tranvía nos apetece hacer una breve visita al Santísimo, aunque sólo sea para presentarle nuestros respetos, demos saber que a escasos 10 metros hay una puerta siempre abierta.
La Hermandad de las Ánimas de San Onofre, se fundó en el siglo XIII, y sólo la componen cuarenta hermanos. Desde el 20 de noviembre de 2.005 se realiza en la capilla la Adoración Eucarística Perpetua, esto es que se acompaña al Santísimo de forma permanente las veinticuatro horas del día. Par ello se cuenta con unos 600 voluntarios que dedican una hora semanal a tal cometido.
Por eso si mientras esperamos el tranvía nos apetece hacer una breve visita al Santísimo, aunque sólo sea para presentarle nuestros respetos, demos saber que a escasos 10 metros hay una puerta siempre abierta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario